No es cuestión de que les cuente ahora cuál es el problema serio del alcoholismo; ya lo saben. Es, en esencia, el mismo de cualquier dependencia severa, la falta de libertad. Y a eso se añade el drama que provoca, que no es ninguna coña: nada humano se lleva bien sin un espíritu libre. Añadan a eso el otro drama que oculta, tanto en lo personal como en las distancias cortas: el alcoholismo también aflige a la familia y a los más próximos. Por eso me parece una noticia estupenda que Alcohólicos Anónimos -la Doble A, o AA, como le llaman ellos- cumpla 80 años. No busquen morbo en ese noble afán de ayudar a otros, que es lo que hace esa asociación sin ánimo de lucro. Creo que es ahí precisamente donde está su fuerza: en el celo con que guardan la intimidad de los que acuden a ella para superar el mal trago, sin traicionar nunca su identidad. Tiene mucho de redención de culpa compartir esa pena, y puede convertirse en una historia de éxito si todo acaba, como siempre en estos casos, en algo tan sencillo como el cambio (físico, mental y emocional). A falta de más detalles, nos hemos quedado con lo que vemos en las películas, posiblemente lo menos importante: la confesión "soy alcohólico", los doce pasos para diezmar la maldita dependencia o la bella oración de la serenidad, con la que concluyen todas sus reuniones: "Dios, concédenos serenidad para aceptar las cosas que no podemos cambiar, valor para cambiar las que sí podemos, y sabiduría para discernir la diferencia". Por eso la Doble A, o cualquier otra asociación que se dedique a la rehabilitación de los renglones torcidos, da el salto a la trascendencia. Y en esa medida se entiende mejor su relato de comprensión, terapia compartida, generosidad y esperanza. Creo que el empeño está inevitablemente unido también a quien más fuerza da siempre, Dios. Con ese espíritu nació AA en 1935 en Akron, Ohio (EEUU), y con ese espíritu sigue, 80 años más tarde, en más de 180 países, ayudando a miles de alcohólicos de todas las creencias a superar la enfermedad. Fue el papa Juan XXIII quien dijo de ellos que eran un milagro social del siglo XX. Tiene una explicación, desde luego, pero también recoge el guante de un anhelo muy humano, que apela por igual al combate de un vicio, el mal trago, como al rescate por una virtud, la sobriedad. A eso ayuda Alcohólicos Anónimos. No pregunten a un alcohólico por los males de su adicción. Los conocen de sobra. Saben perfectamente que degrada su dignidad, que anestesia su voluntad y su inteligencia, que les insensibiliza para lo espiritual, que les hace caer en el autoengaño. Alcohólicos Anónimos les ayuda desde hace 80 años a salir de ese pozo, primero reconociéndolo -debe ser difícil de ganas-, y a partir de ahí, haciendo de tripas corazón, contando con tres armas poderosas: la fortaleza, la oración y la esperanza. ¿Les parece poco? Rafael Esparza rafael@hispanidad.com