Toda una vida temblando ante la inflación y ahora resulta que estrenamos deflación. En Alemania y en toda Europa. Y no todo es malo en la deflación. Es más, lo verdaderamente peligroso es su contrario: que los precios suban.

Por de pronto, apunten estas dos consecuencias positivas. La deflación significa, por ejemplo, que los precios cautivos, los chantajes globales -ejemplo, el precio del petróleo y de materias primas en pocas manos- seguirá siendo chantaje pero chantaje relativo.

La inflación, además, es antiespeculativa. O al menos, anti-especulación financiera.

Que los chollos financieros se reducen. Por de pronto, los bancos en un ambiente de deflación, y de tipos bajos, todo hay que decirlo. Se vuelven musulmanes y ya no juegan a tipos sino a comisiones por servicio.

Sí, hombre sí, aquello que recordaba el fallecido director general del Banco De España, Ángel Madroñero, que tuvo que regular la entrada de muchos banqueros árabes en España. Madroñero, que era bastante tocapelotas, siempre les preguntaba:

-Pero, ¿el Islam no prohíbe la usura?

A lo que los árabes, ya convenientemente preparados, respondían:

-Sí, pero no las comisiones.

Bromas aparte, la inflación coincide, por algo será, con el nuevo formato bancario: ya no se gana nada con los tipos de interés pero sí con las comisiones, tanto de actividades bancarias como de actividades fuera de balance (fondos y seguros de ahorro).

En cualquier caso, la inflación en elevado porcentaje, beneficia a los pudientes; la deflación, en idéntico pero inverso porcentaje, a los impecunes.

Hispanidad

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