Los representantes de Izquierda Unida y del PSOE en el Parlamento de Madrid acusan al Gobierno popular de Esperanza Aguirre de tener un sentido moralizante del dolor. Se refieren, claro, la muerte acelerada de 600 pacientes en el centro sanitario, en el servicio dirigido por el doctor Luis Montes, al que se le ha abierto un expediente. El fantasma de la eutanasia planea al fondo y, claro, en cuanto oye hablar de muerte, la izquierda (y la derecha casi lo mismo) se da por aludida y ha convertido al buen doctor, conocido por sus colegas como Sendero Luminoso (no sé si buscado el parangón terrorista o para manifestar que sus acciones llevaban a sus pacientes a contemplar la luz celestial).
Pues bien, un famoso médico madrileño me comenta que el doctor Montes mataba a su pacientes, así, sin paliativos. Pero no quiere aparecer en los papeles, quizás porque quiere ser fiel al juramento hipocrático, pero también a sus necesidades corporativas.
Otra amiga médico tiene la respuesta pront Montes no es culpable ni inocente, o en el mejor de los casos, no tengo ni idea. La que ha traído todo es la prensa, que ya se sabe cómo son.
Hay otros doctores, que no son enemigos míos, que consideran que el doctor Montes debería ser canonizado, y entre esos doctores se cuentan no pocos de sus compañeros en el Hospital Severo Ochoa, ubicado en la localidad madrileña de Leganés, que de este centro es del que estamos hablando.
No me gusta ninguno de los tres, pero los que menos me gustan son los diputados regionales socialistas y comunistas, que han lanzado toda una campaña solicitando la dimisión de Manuel Lamela, consejero de Sanidad del PP. Porque, claro, uno puede prescindir del sentido moralizante del dolor, pero la verdad es que duele lo mismo. Para ser exactos, duele mucho más, dado que es dolor puro, sin sentido alguno. Giovanni Guareschi afirmaba por boca de ese genial filósofo que era el alcalde comunista Peppone, que el hambre del campesino es peor que la del profesor, porque al campesino nadie le ha enseñado a dominar su hambre, y la siente por fuerza animal, insoslayable.
Claro que para la progresía, la cosa está tan clara como para Alejandro Amenabar: el dolor es insufrible, por lo que hay que acabar con la vida. Eso es lo solidario y lo compasivo. Pero como el imperio de la muerte siempre va unido a la mentira, resulta que lo defensores del señor Montes, prácticamente el estamento médico al completo, resulta que ha empezado a decir que los efectos sedantes aplicados en el Severo Ochoa eran lo más normal, y que, por tanto, estamos ante una persecución política de grandes dimensiones.
Como la mentira tiene las patas cortas, resulta que no. Y aquí es donde empiezo a preocuparme. Estoy preocupadísimo, porque voy a verme obligado a felicitar al director de El Mundo, Pedro José Ramírez (que no a sus viñetistas) por la información y el editorial (no, no es lo mismo) publicados el lunes 11 de abril. Recuerda cosas como las que dice el informe sobre le doctor Montes: El 90% de los sedados por el doctor Montes murió en menos de 24 horas. O que la mortalidad del Servicio de Urgencias de Leganés triplica a la de otros hospitales similares. Es más, la sedación intensiva made in sendero luminoso se aplicaba a todos paciente a los que se hubieran diagnosticado menos de seis meses de vida (en ese lapso, muchas veces los médicos se equivocan y las calles están abarrotás de pacientes condenados a morir antes de seis meses).
En otras ocasiones he recordado que suelen ser los del sentido moralizante del dolor quienes aconsejan reducir el dolor insoportable aún cuando se acorte la vida, pero como tantas otras cosas en la vida esta decisión ni puede dejarse en manos del técnico (el médico) ni debe aplicarse con, digamos, liberalidad. Porque se trata de una generosidad con la vida ajena, no con la propia. Y claro, eso no vale.
No nos engañemos, la sedación tiende matar la consciencia y, de paso, incurrir en la peor canallada de la medicina moderna: la obsesión por engañar al paciente y ocultarle su cita con la parca. ¿A cuántos enfermos de hoy se les oculta su propia muerte que, después del derecho a la vida, quizás constituya el más importante de sus derechos? Todo ello, claro está, en nombre de la filantropía.
Cuidado, porque dar a los médicos la potestad para decidir la muerte es quitársela al paciente y a sus familiares, además de traspasarles esa libertad a los políticos, cuya prioridad consiste en reducir el gasto sanitario, por los que la eutanasia les viene de cine. Salvo, claro, que posean un sentido moralizante del poder.
El informe sobre la actividad del doctor Montes llega después de toda una campaña contra Lamela, el consejero de Sanidad. Campaña de médicos, enfermeros y personal del Severo Ochoa. Campaña política de la izquierda y silencios culpable de sus propios compañeros del Partido Popular, lleno de gente tibia en materia, de defensa de la vida. Ahora, resulta que el informe técnico, no ideológico, es decir que actúa por comparación, otorga razón a Lamela y se la roba al canonizable Luis Montes. ¿Y ahora qué hacemos, además de gritar Viva Lamela? Al menos, él sí tenía claro que el médico no es más que un técnico, un asesor, que no puede arrogarse el papel de acelerar la muerte.
Por cierto, en toda esta polémica, ¿alguien se ha acordado de los muertos?
Servidor sólo espera que, si alguna vez sufre un accidente, no le ingresen en el Severo Ochoa.
Eulogio López