Y de piropo en piropo, concluyó que el elenco de periodistas allí representados eran serenos, no como otros, adujo, que resultaban perturbadores.
Pero presidente, muchacho que yo te he votado, y, no sé si pertenezco al grupo de los serenos, pero más bien juraría que mi oficio consiste en perturbar.
En las facultades, in illo tempore, nos enseñaban que lo mejor de este oficio consistía en crear debate, en la labor de tábano, antaño adjudica a los filósofos e intelectuales varios. Se traba de perturbar porque, de otra forma, te habías convertido en un periodista domesticado. Y cuando has renunciado a cambiar el mundo lo mejor es que cambies de oficio.
Hay dos etapas en la vida del plumífero: durante la primera, clamas por la justicia, en la segunda, por la estabilidad. Cuando pasas a este segundo tiempo del partido lo más prudente es la prejubilación. Significa, nada menos, que el cuarto poder ha dejado de ser el periodista para ser el editor. El triunfo de un redactor consiste en jugar siempre el primer tiempo, hasta la tumba. Y una cosa es que seas decano, querido Fernando, y otra cosa es que eleves la deleznable práctica a teoría sublime.
Chesterton lo explicaba así, hace ya 100 años: El mal del periodismo no está en los periodistas. No está en los pobres hombres que hacen su trabajo en los niveles inferiores de la profesión, sino en los hombres ricos que están en lo más alto de la profesión e incluso tan alto que no pertenecen a ella. El problema de la prensa es el trust de la Prensa, del mismo modo que había un problema con el trust del trigo, dicho esto sin intención alguna de vilipendiar a quienes cultivan trigo. En la plutocracia americana, no la prensa americana (aquí pueden cambiar el adjetivo por el de española y no cambiar el significado ni una miajita).
Fernando: me encanta la perturbación, de hecho, los perturbadores son los únicos capaces de limpiar las letrinas del oligopolio informativo en el que se ha convertido esta profesión. En cuanto se acostumbren al hedor, tus periodistas serenos se volverán serenamente impúdicos. Serán redactores-esclavos, manumitidos de la peor especie: aquéllos que, además de ser esclavos, se creen libres. No animes esa patología que no suele tener marcha atrás.
Eulogio López
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