La verdad es que la serie de Tele 5 engancha. La vida de una guardia hospitalaria siempre tiene ritmo. Las historias humanas y los sentimientos entre los protagonistas hacen el resto. Los valores de solidaridad, servicio y lucha por la vida, están presentes en todo momento. Y eso la hace atractiva: médicos que se dejan la piel por salvar vidas, seres humanos con capacidad de empatizar ante las personas que sufren, etc.
Además, la serie se hace eco de muchos de los tema de actualidad: la necesidad de optar por la familia antes que por el desarrollo profesional, los problemas de conciliación, las falsas denuncias por malos tratos de las mujeres y la salvajada de jóvenes que queman viva a una sin techo para diversión personal y limpiar la sociedad. Una serie pegada al informativo. Probablemente este es gran parte de la explicación de su éxito.
Por supuesto, la serie tiene sus gestos progres. La convivencia es tan estrecha en el Central que al final hay un todos contra todos. El que estuvo casado con una, convive con otra, etc. Como es lógico, todo es normal, la gente convive en la vida profesional con sus ex con absoluta normalidad, que para eso somos civilizados.
Y como no puede faltar en ninguna serie progre, el gesto homosexual: dos de las médicos del Central son lesbianas y van a tener un hijo juntas. Se llaman cariño, tienen sus problemas conyugales, pero al final se reconcilian y ofrecen un gesto de cama. Los padres respectivos no lo entienden al principio, pero al final, terminan asumiéndolo. Vamos, una puntilla del lobby homosexual que parece indispensable en las actuales series españolas.
Pero este martes salió un cura. El sacerdote además vestía de cleriman. Un dato extraño, porque el hecho religioso ha sido expulsado de las series de televisión españolas a pesar de que el 30% de los españoles acuden a su misa dominical. Que en un hospital, donde la gente sufre y a veces se muere, no haya referencias religiosas, resulta una verdadera animadversión hacia el hecho religioso. Porque cualquiera que haya pisado ese ambiente, sabe que el grito al Creador termina apareciendo. Pero estamos en una sociedad laica. O sea, laicista. Militantemente laicista.
Y héte aquí que aparece el cura. ¿Un cura en una serie de televisión? Resulta que el consagrado era diabético, estaba en la lista de espera de un riñón, y un impostor había suplantado su personalidad y había estado a punto de quitarle su riñón. Así que entra en el hospital enfurecido y se abalanza sobre el impostor a quien arremete por haber estado a punto de quitarle su riñón si no fuera porque el impostor resultó ser alérgico a la anestesia.
Al final el cura aparece en la mesa de operación. Asunto aclarado y resuelto. Estaba en su derecho, era su riñón y un impostor había tratado de arrebatárselo. Pero la escena resultaba bastante kafkiana. Porque es de suponer que el sacerdote trata de ser otro Cristo y que como Cristo, trata de dar la vida por los demás. En realidad, la vida consagrada es una vida consagrada a Dios en el servicio a los otros. Y nada de esto apareció en la serie. Ni un solo comentario de comprensión, ayuda e incluso ofrecimiento hacia el impostor. Nada.
Toda una ridiculización del sacerdote, un hombre egoísta, que lucha por lo suyo y defiende sus derechos con uñas y dientes, sin compasión ni humanidad. Algo así como la imagen que la sociedad española tiene de la Iglesia católica en su negociación con el Estado sobre la financiación. Y no niego que exista. Al fin y al cabo, los sacerdotes no tienen una naturaleza diferente al de resto de los mortales. Pero exagerar la realidad lleva a la caricatura. Y la caricatura siempre ofende.
Y es que el mundo laico se acerca a lo religioso con prejuicio y desconocimiento. Y este no es justificable desde un punto de vista profesional. Los actores del Central han tenido que conocer los detalles de un hospital, necesitan empaparse de los problemas de la profesión, de los detalles de la vida hospitalaria. Y lo mismo es exigible con los sacerdotes: quiénes son, por qué han decidido consagrar su vida, qué es lo que hacen. Conocer la realidad iluminaría una ficción más ajustada, menos prejuiciado y sobre todo, menos ofensiva. Ánimo.
Luis Losada