Que la Iglesia está siendo azotada por la instrumentalización mediática de los casos de pederastia es una evidencia que nadie niega.
Pero resulta patético el anuncio del naufragio inminente que realizan algunos medios laicistas. El Papa ha denunciado estos casos con la energía que se espera de un padre y pastor, pidiendo a los culpables que comparezcan ante los tribunales además de rendir cuentas ante el supremo tribunal de Dios. Él ha sido el principal impulsor de la política de máxima dureza y transparencia con estos casos, sin olvidar que la Iglesia es lugar de misericordia para todos. De manera insidiosa se acusa al Papa de confundir delito con pecado, en un intento de quitar importancia a los hechos denunciados.
En su carta a los católicos irlandeses, Benedicto XVI ya dejó bien sentado que la confesión del pecado no exime al pecador de pagar sus culpas ante los tribunales civiles competentes. En su viaje al Reino Unido ha vuelto a dejarlo claro. De sobra es sabido que en el Derecho Canónico se tipifican los abusos de menores como graves delitos. A ningún cura se le exime del cumplimiento de las justas leyes civiles que, en este caso, coinciden con las eclesiásticas.
No resulta difícil ver detrás de esta campaña de insidias un objetivo de desacreditar la fortaleza moral de la Iglesia en su permanente defensa de la vida y de la dignidad de la persona. El pueblo cristiano está firmemente unido al Papa y reconoce en él la lucidez y el coraje necesarios en esta hora. Sabemos muy bien que la Iglesia nunca desmayará en su misión por muchas tormentas que la azoten.
Y no han sido pocas a lo largo de la historia.
Jesús Domingo Martínez