Tan emocionados están en Telefónica con las líneas ADSL, porque estas líneas de banda ancha son las únicas capaces de rentabilizar la telefonía básica, que algún operario se dedica a ampliar el contrato desde la velocidad 256 a la 512, por ejemplo. En definitiva, el cliente ve cómo pasan a cobrarle 75 euros en lugar de los 40 que le corresponden. Y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid (bella ciudad) le cascan otros 14 euros por el coste del cambio de velocidad.

Usted se da cuenta cuando llega la siguiente factura, y debe interpretarla, que no es sencillo. Al final llama a reclamaciones de Telefónica y le atiende una señorita muy capaz, que manifiesta su asombro ante tamaño error y hace una reclamación. Naturalmente, el cambio de 256 a 512 se hizo automáticamente (tan automáticamente que usted ni lo solicitó), pero la marcha atrás es mucho más compleja, así que ya le advierten que usted recibirá su dinero no se sabe cuándo y que la próxima factura seguirán cobrándole un servicio que usted no solicitó (512) y que deberá reclamar su dinero de nuevo. Y, por supuesto, ni se le pagarán intereses por el dinero cobrado de más.

Esto recuerda aquellos felices años setenta y ochenta, en la que los bancos enviaban a los particulares tarjetas de crédito acompañadas de una carta en la que se especificaba el coste de la misma (a veces ni eso) y en la que se les advertía que, con una libérrima actitud, si no deseaban la tarjeta no tenían más que dirigirse a la sucursal y pedir su anulación.

Ya saben: si cuela, cuela.