Lo que sí sabemos es que le gusta que el apellido materno anteceda al paterno. Lo explicó en la COPE, nada más conocerse la noticia (miércoles 3) con el siguiente argumento: La mujer pone mucho más en el hijo que el hombre.
Lo piensan muchas mujeres y hasta muchos hombres feministas (más tontos que un obrero de derechas o que un cura progre). Esa doctrina forma parte del proceso de ninguneamiento de la figura del padre y del más genérico proceso de reducción del varón al papel de semental. Pone su cosita y deja de tener derecho alguno sobre las consecuencias de su cosita y de la cosita materna. Como decía el viejo Jaime Campmany, con tintes de clásico: No bonita, vuestro papel es fundamental pero los que engendramos somos nosotros. Lo cual no es una opinión antropológica, es un hecho.
Esta marginación del padre es peligrosa, sobre todo para la mujer. Pero, además, representa un aldabonazo contra la familia, que está compuesta por padre, madre e hijos.
El Gobierno Zapatero pretende que se elija el orden de los apellidos. Una de esas propuestas que provocan el comentario primero y primario: Y a mí qué me importa. Claro que cuando lo piensas un poquito más ves que sí que importa. El hombre es un ser social y, además, es un ser histórico. El nombre te ofrece una identidad (que, por cierto, te viene dada, porque lo eligen tus padres) mientras el apellido representa, no identifica al padre, sino a la genealogía del individuo, es tu estirpe (por modesta sea), y la estirpe no es cosa del varón sino de ambos miembros de la pareja.
Los judíos, pueblo en diáspora durante 19 siglos, que, por tanto, sufrió violaciones, dejó la genealogía de su raza en manos de las mujeres (por mor de las violaciones sufridas a lo largo de su historia): es judío el hijo de judía, no de judío. Pero no se les ocurrió la tontuna de Zapatero, de andar jugando con el orden de los apellidos.
También se quiere suprimir el libro de familia, que no es otra cosa que la identificación de la familia, que es el verdadero objetivo último de toda esta majadería.
En cualquier caso, la medida parece poco progresista, es decir, poco tonta. El paso final, en mi opinión, y así se lo aconsejo al Gobierno ZP, consiste en la eliminación de nombres y apellidos. Lo que hay que hacer, en plena sociedad digital, es otorgar a cada cual un número. Yo, por ejemplo, dejaría de ser Eulogio López para eligir -libremente, por supuesto- mi propio número. Por ejemplo, el 614568793. Lo que además resulta enormemente práctico porque lo podría utilizar como número de teléfono y número de la Seguridad Social. Y permite apócopes: por ejemplo, los amigos podrían llamarme 93, para abreviar. De este modo, la maquinaria podría registrar nuestros datos sin problema alguno y a la postre evitar el fraude fiscal, el contagio patológico y las tendencias delictivas. Todos fichados y controlados por Papá Estado.
Y así, regidos por la cábala -que es tan progresista que la practica Madonna- podemos avanzar hacia el futuro, no ya a ritmo de 24 horas por día sino, incluso a ritmo de 59 segundos por minuto, y terminar, de una vez por todas, con la libertad, verdadera rémora para un progreso floreciente, el mismo progreso que nos conducirá directamente al manicomio. ¡Pero qué grande sos, ZP!
Por cierto, transcribo el comentario de un chaval de 12 años al enterarse de la noticia: ¿Y cuando Rajoy llegue al poder cambiará esto? Tuvimos que explicarle que, por el momento don Mariano nos ha dejado tranquilos con su reacción: No constituye una demanda social. Laus Deo.
Eulogio López
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