En El País están muy contentos, porque "La Justicia obliga a la Iglesia a corregir los datos de un apóstata". El tal apóstata, que recibe el nombre de Manuel Blat González, manifiesta que ya había perdido toda esperanza, que pensaba que sería "un sufrido cristiano más". Y es verdad, como cristiano confieso ser un hombre sufrido: por ejemplo, sufro este tipo de noticias con profunda resignación, y espero que alguien lo considere seriamente para mi futura causa de beatificación, colofón lógico y mérito adquirido tras toda una vida leyendo El País. Me lo he ganado a pulso.

Porque claro, si yo quisiera dejar de ser cristiano no me tomaría las molestias de acudir a Obispado, ("donde no obtuve más que insultos": ¿No estarás mintiendo, Manuel?) y pedir que me "borren del listado de bautizados", como ha hecho Blat González, Perico Zerolo y otros pericos: simplemente, en mi fuero interno, mandaría a los curas a freír espárragos, y con ellos a creencias, liturgias, mandamientos y prácticas pías. De hecho, la sentencia de la Audiencia Nacional -la gran victoria de Manuel y El País- no dice que ningún obispado deba borrar el nombre del amigo Blat, sino que debe añadir al Registro una glosa donde afirma que ya no quiere serlo.

Porque claro, si se ha tratado de borrar archivos -como argüía el Obispado, siempre sibilino- no estaremos defendiendo la libertad individual sino borrando la historia, justamente lo que han hecho todos los tiranos desde que el mundo es mundo.

Servidor, por ejemplo, se declaró tiempo atrás apóstata fiscal, y exijo que todo su historial hacendístico sea borrado, entre otras cosas porque eso dificultaría, más bien imposibilitaría, cualquier inspección fiscal de mi persona y patrimonio, pero el director de la Agencia Tributaria –creo que es un fascista de mucho cuidado- cercena mi legítimo derecho. A Blat le ha ayudado mucho en su aventura la Agencia de Protección de Datos, pero a mí, miren por dónde, el Fisco no me hace ni caso.

Lo que nos lleva a concluir que la fe no una cuestión burocrática pero los impuestos sí. Al parecer, por tanto, la fe es libre –esté o no en un registro parroquial- pero la Secretaría de Estado de Hacienda insiste en que ella no conculca tu libertad individual porque te concede tres opciones: el pago, la sanción o la cárcel.

Por lo demás, y a la vista de la jurisprudencia creada, o casi creada, considero que lo mejor que pueden hacer los obispados es recibir a los apóstatas y colocar al lado de la partida de bautismo un apéndice: Baja, mientras rezan una piadosa jaculatoria por el alma del apóstata y una segunda por su mente majadera. Es un ejercicio de caridad que santifica mucho.

Todo esto recuerda aquella historia de Don Camilo, el inolvidable cura italiano de la postguerra, cuando uno de los fieles de su adversario, el alcalde comunista Pepón, decide venderle su alma a un terrateniente por 1.000 liras, contrato que se firma por escrito, como debe ser. Cuando el comprador entra en agonía, nuestro ateazo exige que se le devuelva su propiedad. Deliciosa historia que a lo mejor no ha leído Perico Zerolo, un señor que en cuanto tiene un rato libre se va al obispado a apostatar.

Pues eso, como explica el amigo Blat, lo que ocurre es que "tengo mis propios valores cristianos, pero no coinciden con los de ellos". Lo mismo pienso yo: tengo mis propios valores fiscales, sólo que nos coinciden con los de la Agencia Tributaria. Pero a mi no me dejan apostatar: ¿Serán fascistas?

Eulogio López

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