"Ahora vivimos orgullosos de nuestra ignorancia", asegura Javier Marías. No hombre no, eso era antes. Ahora hemos avanzado mucho, hacia el precipicio, por supuesto, pero me temo que Marías se queda atrás.

La misma idea aporta un gran periodista y un gran pensador, llamado Rafael Esparza, quien analiza la degeneración intelectual de Occidente, guiado por su maestro, aquel filósofo olvidado, demasiado pronto, llamado Leonardo Polo. Esparza asegura que comenzamos perdiendo el sentido de la realidad, allá con Descartes (en la imagen), luego nos dimos un baño de irrealidad, más que de idealismo, con la Revolución francesa y con los amigos Kant y Hegel y nuestro racionalismo acabó resultando poco razonable.

Y ahora Esparza habla del sinsentido de una Europa que dio clases al mundo y ha llegado al siglo XXI con el norte perdido, en pleno pensamiento débil o, más bien, ausencia de pensamiento.

Para mí lo que ocurre es que esos intelectuales no entienden el mundo moderno porque su época ha pasado, se han quedado anticuados. Lo que dicen, tanto Marías como Esparza, es algo cierto pero que describe el siglo XX, no el XXI. Ambos se han quedado en la crítica de la modernidad pero resulta que ahora vivimos en la posmodernidad.

El debate intelectual, ciertamente, se corrompió a partir de Descartes y llega a su culmen con el nihilismo asesino del siglo XX, con el sueño de la razón engendrando monstruos. El hombre quiso ser como Dios. Y tanto Marías como Esparza analizan, desde distintos puntos de vista, ese proceso. Pero en mi opinión se han quedado anticuados. La modernidad no es más que la historia del hombre que prescinde de Dios y pretende ocupar su lugar. Y claro, como el ser humano es muy poca cosa para jugar a Creador, cae en la inopia. No sabían que la ingenua humanidad no dirigía el proceso modernista sino que era dirigida por Satanás (¡Jesús, creo que a partir de aquí habrá quien no siga leyendo este artículo, qué cosas!). Como en el Paraíso, el viejo miserable convenció al hombre del "seréis como dioses", pero su objetivo último no era que el hombre ocupara el sitial de Dios: eso se lo tenía reservado para él mismo.

La modernidad es cuando el hombre pretendió convertirse en Dios: pobre ingenuo. La posmodernidad, que es nuestra época, comienza cuando Satán se quita la careta y nos cuenta el final de su película: desterrado Dios no es el hombre quien le sustituye, sino él mismo. El gran embustero ya no necesita esa corriente que parte de Descartes, aprendiz de brujo, y lleva 500 años paseándose por el mundo, predicando las más sofisticadas sandeces.

Ahora, Lucifer, el Ceo del Nuevo Orden Mundial (NOM) ya no pretende eliminar al Cuerpo Místico de Cristo (ni en su infinita soberbia se considera capaz de conseguirlo), lo que quiere es conquistarla y manipularla.

Traducido: el pensamiento modernista, de raíces gnósticas, ha muerto, aunque la casta intelectual continúe destripándolo. Ahora vivimos la era del Satanismo o, si lo prefieren, la época de la blasfemia contra el Espíritu Santo. Satán ha dejado de intentar demostrarnos la maldad de los 10 mandamientos, ahora pretende que sus antimandamientos se conviertan en Decálogo, pretende ocupar el papel de Cristo.

Ejemplo de la nueva era es esa blasfemia contra el Espíritu Santo, que consiste en llamar mal al bien y bien al mal. Verbigracia: el aborto para, de hecho, despenalizado (modernidad) a nada menos que derecho humano. El adversario ya no impugna el credo cristiano: crea su propio credo y exige lealtad absoluta. Ya no pretende destruir a la Iglesia, quiere conquistarla.

La época que vivimos es tan singular que el abajo firmante ya no se preocupa de pensar, sino de rezar, entre otras cosas porque la sabiduría humana ha trastocado de tal forma los valores que su único refugio ya no es el estudio, sino la oración que, antes y ahora, siempre ha constituido el asiento de la sabiduría.

¿Triunfará Satán en su intento Naturalmente que no: Satán siempre está condenado al fracaso. Entre otras cosas, porque es una creatura, esto es, un espíritu creado, como usted y como yo.

Pero, estamos en plena batalla, y muchos están cayendo en la trampa. Los primeros, los intelectuales. A fin de cuentas, no nos salvamos por lo que pensamos -la sabiduría de los hombres es necedad ante Dios- sino por lo que rezamos. No nos salvamos con la cabeza sino con el corazón.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com