A una semana de la renuncia de Benedicto XVI, hay que agradecer las enseñanzas de uno de los mejores pensadores de la actualidad.
El valioso legado que nos ha dejado tiene un profundo calado de ideas que han dado respuesta a los interrogantes de una sociedad en continua transformación. Así, por ejemplo, ha superado el aparente antagonismo entre fe y razón, como hiciera de modo especial en su discurso en la Universidad de Ratisbona, cuestionando la cultura del positivismo que niega como científica la pregunta sobre Dios, lo que supondría la ruina del humanismo.
También se ha hecho célebre la crítica a "la dictadura del relativismo", imperante en nuestros días, que no conoce nada como verdadero y definitivo, y que etiqueta como fundamentalismo tener unas creencias religiosas. En un escenario político como el Bundestang alemán afrontó el problema de la fundamentación ética de las decisiones políticas, y cómo se puede distinguir el bien del mal, entre el derecho verdadero y el derecho aparente, para reconocer lo que es justo.
En este sentido, el criterio de la mayoría no es un criterio suficiente, sobre todo en las cuestiones fundamentales del derecho en las que está en juego la dignidad del hombre. A la vez, salió al paso de las críticas de que el cristianismo haya impuesto al Estado y a la sociedad un ordenamiento jurídico derivado de la revelación.
Y sin embargo, reconoció a la razón y a la naturaleza como fuente jurídica válida para todos. Por último, habría que reseñar su discurso en el parlamento británico que supone un punto de referencia para analizar las relaciones entre la religión y la política, en donde destacó que la democracia se debilita cuando sólo se confía en el consenso para aprobar las leyes, sin tener en cuenta las reglas éticas que son anteriores y superiores a la vida política.
A todo esto, no le ha faltado la firmeza y valentía para reconocer y erradicar los dolorosos desórdenes de pederastia, y exigir a los miembros de la Iglesia humildad y santidad, y así poder afrontar los retos de la nueva evangelización que la sociedad demanda. Algunos -en su corazón- ya le han canonizado en vida.
Javier Pereda Pereda