Sr. Director:

No comparto con tanta intensidad el editorial del día 10 de enero como en otras ocasiones. Comparto que la Conferencia Episcopal es una estructura burocrática que puede perfectamente disolverse y probablemente no pasaría demasiado. Sin embargo, hoy por hoy, tiene alguna virtualidad como una coordinación de los obispos en un territorio con unas características muy comunes llamado España.

Sé por doctrina que cada Obispo es pastor máximo ante las almas a él encomendadas en un territorio concreto y por encima sólo tiene al Papa de Roma. Sin embargo, existen esas Conferencias Episcopales y no seré yo quien entre a discutir estructuras eclesiales, porque entiendo que es un tema delicado en muchos aspectos.

No obstante, la unidad de Las Españas es un bien moral, lo mismo que es un mal los nacionalismos exacerbados, tal y como nos dijo el Papa Juan Pablo II en Madrid en 2003. Tan malos son los exacerbados nacionalismos separatistas como los exacerbados nacionalismos centralistas. Y es que si quitamos el adjetivo "exacerbado", nos quedamos posiblemente en el sano patriotismo, que no es el caso del nacionalismo vasco, que es "intrínsecamente exacerbado" y más en esta actual etapa suya.

No sirve decir que hay nacionalistas que son buenos católicos. No sirve.

En otros aspectos de la vida cristiana y de la vivencia de sus virtudes puede que lo vivan de manera heroica y que en otros campos doctrinales sean muy ortodoxos, pero puede que en ese aspecto metan la pata. Todos sabemos que hay muchos católicos que en el campo de la política no se toman muy en serio la doctrina de la Iglesia por ignorancia o por falta de obediencia.

Entre los partidarios de, por ejemplo, la ley de parejas de hecho (no digo ya de los "matrimonios homosexuales), hay mucho católico y, por ello, no vamos a dejar de criticar esa ley como inmoral.

Hay mucha doctrina de la Iglesia sobre lo que supone poner por encima del bien común la idea propia de organización administrativa, sobre el nacionalismo. Y es que si se es muy fiel a esa doctrina exacerbada y soberbia que es el nacionalismo, se acaba por anteponer la patria a Dios y se deja de ir a Misa; o peor, se retuerce la doctrina de la Iglesia en ese territorio concreto para adaptarla y encajarla con la soberbia nacionalista, y por ese camino esa Iglesia corre el riesgo de desaparecer allí (pienso en el caso de la Diócesis de Guipúzcoa). Y eso no puede ser.

El nacionalismo vasco ha antepuesto su patria a Dios en muchos momentos históricos. Hoy, con el Plan Ibarretxe, incluso una legítima opinión si genera amplia inestabilidad, honda fractura social y ciudadanos de segunda, puede ser inmoral y no digamos nada si existe un terrorismo que actúa. No hace falta que digan los obispos que esta acción política es inmoral, creo que lo pueden decir muchas personas de buena voluntad en tanto en cuanto no busca el bien común de las personas en un territorio concreto, no garantiza llevarnos a una situación mejor y de más desarrollo y plenitud humanas que la situación anterior.

Y es que, como diría Don Quijote en este su año, hay que ordenar los amores: primero Dios, luego la Patria y el Rey, pero por ese orden.

Adolfo Alústiza

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