Esas son las tres notas que definen la información en el siglo XXI, es decir, la actual sociedad de la información.
Saturación: en Internet están hasta los secretos militares. Hay que saber buscarlo, ciertamente, pero está todo. Los servicios secretos se envían mensajes a través del escaparate de la Red, donde están más seguros que en la trastienda de Fort Konx. El gran problema es que la información que recibimos es tanta y de tal calibre, que no hay forma de metabolizarla, con lo cual eso que siempre se llamó estar informado comienza a resultar, cuando menos, equívoco.
Lo único que se valora en el periodismo moderno es la exclusiva, pero ésta también envejece con rapidez por mor de Internet. En efecto, la red de redes rebota las exclusivas, con lo que deja de serlo en cuestión de minutos. Además, están los motores de búsqueda. Por ejemplo, lo primero que hace un director de comunicación (dircom, ¡qué bien suena este nombre!) es acudir a Google y escribir el nombre de su empresa y de su presidente.
La segunda cuestión es la instantaneidad. El periódico que adquirido por la mañana se ha quedado viejo a mediodía, porque un nuevo aluvión de hechos y datos ha pasado a ocupar su lugar y han hecho envejecer el contenido de los diarios de forma prematura. Lo único que mantiene su validez es la programación de televisión.
Además, en el siglo XXI no se manipula ocultando la información sino exhibiéndola rodeada de toneladas de excipiente, información poco valiosa. Y ello exige un ímprobo esfuerzo por parte del lector para separar el grano de la paja.
La tercera nota distintiva es la gratuidad. La información fluye como río caudaloso. Entonces, ¿por qué pagar por ella? La información representa un coste, y alto, pero se financia con publicidad. El hombre occidental está dispuesto a pagar por divertirse, pero cada vez menos por informarse. Puede que la información sea poder, lo es, pero no todos los hombres analizan la información como un juego de poder. La gente no está dispuesta a pagar por informarse, porque tiene mucha información gratis. La prensa gratuita ha arrinconado a la prensa de pago contra las cuerdas en bien poco tiempo. Cualquiera de los gratuitos (Metro, 20 minutos, etc.) no aporta ni la décima parte del información de los diarios tradicionales, pero es que para la inmensa mayoría estar informado significa similar los titulares de un telediario, no más.
Como guinda de esos tres palos, hay que decir que Internet ha modificado el lenguaje de la comunicación. El periodismo objetivista ya no sirve: sirve la conversación, la narración explicada, no por ello menos rigurosa ni certera de lo que sucede. De hecho, los medios tradicionales no hacen periodismo electrónic hacen el periodismo de siempre sólo que en soporte electrónico. Además, las ediciones digitales de los diarios o las televisiones no pueden competir con sus ediciones impresas, que es la que proporciona dinero a los editores. Por tanto, el periodismo digital propiedad del periodismo de siempre se ha convertido en un periodismo de agencia, sin duda valioso, pero no influyente.
Saturación, instantaneidad y gratuidad, tres facetas que abocan a la prensa a la mayor crisis desde la invención de la imprenta.
Eulogio López