Si el calendario no es lógico es que la lógica ha muerto. Es lógico que la Festividad de San José sea, a un tiempo, el Día del Seminario y que coincida con lo que los centros comerciales festejan como el 'Día del padre'.
San José fue padre adoptivo, no biológico, de Cristo pero padre y muy padre del Dios encarnado. Llámenle paternidad espiritual o, si lo prefieren, putativa, que aunque se preste a coña en mentes vulgares significa el que es "reputado o tenido" por padre. Esa fue una de las funciones de aquel artesano de sangre azul, insigne heredero del rey David: el hombre que evitó el escándalo, es decir, la incitación al pecado, en este caso de blasfemia, en la encarnación del Verbo.
También celebramos el Día del Seminario, es decir, aquellos tipos que renuncian a la paternidad biológica para atender la paternidad espiritual de los fieles. De la misma forma que el padre protege a sus retoños, entre otras cosas enseñándole a ser hombre, adulto, es decir, libre, es decir, responsable, capaz, no sólo de valerse por sí mismo sino de forjar a otros para que también se valgan por sí mismos, el sacerdote es padre de todo aquél que acude a él para convertirse un adulto espiritual que no es otra cosa que dar un sentido a su vida. Un seminarista que no tenga claro que va a ser padre de muchos hombres y mujeres es que no ha entendido nada.
Y ya en calidad de periodista, asegurar que tras la espantada postconciliar (No el Vaticano II no fue un desastre, sino una maravilla para la Iglesia: el problema estriba en lo que muchos quisieron entender del mismo) los seminarios vuelven a llenarse de jóvenes que parecen -no soy un especialista- mucho más coherentes y conscientes de que no puede haber un máximo amor con un mínimo conocimiento.
Vamos con la tercera efemérides: el Día del Padre. De la denostada figura del padre. Aclaremos una cosa: el hombre verdaderamente viril no quiere la coyunda con una hembra sino el resultado final de esa coyunda, que es la procreación, es decir la paternidad. La virilidad –y hablo ahora de la pura virilidad física del ser racional llamado hombre, no se expresa en el ayuntamiento sino en la paternidad y en todo lo que conlleva: la educación y protección de la prole. Una sexualidad masculina que no tienda a la procreación y a la protección de la prole no es ya pura animalidad –los machos irracionales no se preocupan de su prole pero sí buscan la procreación, aunque lo hagan por instinto- es que tiende al afeminamiento: el sexo por sí mismo no da para entregarse y la donación de uno mismo es la clave de la masculinidad. Somos padres porque somos hombres y, en buena medida, somos hombres porque somos padres. Un varón que propende al sexo sin concepción acaba por convertirse en un amanerado cuando no en un homosexual.
Ninguna muestra más clara del actual afeminamiento del varón que la también actual costumbre de los donantes de semen, ese personaje que, a lo peor, camina un día por la calle y contempla a un chaval que se parece mucho a él o que, simplemente, vive con el concomio de que cada vez que contempla a un chaval puede albergar la corrosiva sospecha de que es un hijo suyo.
Tanto la paternidad como la fidelidad matrimonial se apoyan en el deseo de una paternidad, no responsable, sino buscada. Entregarse a varias mujeres es como no entregarse a ninguna: el sexo sin aspiración a la procreación supone reducir al padre a la función de semental, un papel que no resulta especialmente noble salvo para las bestias.
Eulogio López
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