Vivimos cada vez más y tenemos cada vez menos hijos. Los jóvenes se niegan a tener hijos y los ancianos se niegan a morirse: dos muestras palpables de la insolidaridad que nos asola.

Bromas aparte, el único problema económico de todo Occidente, y en España de forma aguda, es el demográfico. La economía es siempre demografía y resulta que en España tenemos una pirámide demográfica invertida.

Pero los hechos son tercos, así que el Gobierno Rajoy se ha visto obligado a endurecer las prejubilaciones y reducir el subsidio por desempleo.

En cualquier caso, ni en España no en Occidente, una zona del mundo que al parecer odia la paternidad, una zona del mundo sin vitalidad -en sentido estricto- tendrá que plantearse dos cosas: o introducir el control de mortalidad o suprimir el control de natalidad. Lo primero es broma, sí. Lo segundo ya sabemos lo que significa: control de natalidad es ausencia de natalidad sin control alguno.

Ahora bien, es cierto que a los jóvenes se lo estamos poniendo muy difícil para abordar la paternidad, casi imposible. Por tanto, la única solución, que es la que han adoptado muchos países europeos, pero no España, es que una de las prestaciones del Estado, la más importante ahora mismo, consista en establecer un salario maternal. Es de justicia, porque hoy las mujeres se ven obligadas a elegir entre el trabajo -si lo tienen- y la maternidad.

Y es la maternidad la que discrimina a la mujer en el mundo laboral, no la estupidez del machismo, como denuncian las feministas. Por tanto, es de justicia que el Estado pague un salario a toda pareja que se decida a procrear y educar a sus hijos. Y si no, pues la economía seguirá enferma. La sociedad, también.

Eulogio López

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