Las empresas españolas presentes en la Argentina protestan, no por la fatal de seguridad jurídica, sino por la falta de seguridad ciudadana

 

La demagogia orgullosa de Kirchner aniquila el prestigio de la economía argentina en Europa y Estados Unidos. Muchos le consideran  un aprendiz de dictador 

 

El presidente argentino Néstor Kirchner resulta prodigioso. Es uno de esos tipos que primero te da un bofetón y luego te pide (más bien te exige) que le condones la deuda. Primero te insulta, y luego se muestra dispuesto a hacer el favor de quitarte la cartera.

 

El nuevo director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Rodrigo Rato, llega hoy martes 31 a Buenos Aires para renegociar la deuda con el país austral. En vísperas del viaje, Kirchner solicita ayuda a la Unión Europea, porque considera que es la Unión quien puede presionar al español Rodrigo Rato: ¡Fatal error de cálculo! Es cierto que Rato lleva una campaña de imagen consistente en negar que sea el ejecutivo del primer accionista del FMI, es decir, de George Bush, por lo que no ha tenido ningún empacho en declarar que el déficit fiscal y comercial norteamericano pueden ser una rémora para el crecimiento mundial (y, en efecto, pueden serlo). Pero eso no quita que todo el Aznarismo, Rodrigo Rato incluido, no tiene nada que ver con la nueva Europa en la que imperan Schröder y Chirac. El Aznarismo fue el enemigo de la nueva Unión Europea y de la nueva Constitución. Es más, fue también el enemigo de las políticas de Chirac (alegría en el gasto público y utilización política de la gran empresa estatal y de la energía nuclear francesa) y de un Schröder empeñado en terminar con los proyectos más solidarios de la Europa ampliada a 25 miembros.

 

Por ahí, Kirchner no va a poder presionar a Rato. Y, desde luego, aunque Rato esté en su papel de director del FMI, no le agrada que el Gobierno de Buenos Aires utilice a los piqueteros para maltratar a las empresas españolas presentes en la Argentina, especialmente a aquellas de las que dependen las infraestructuras básicas, como Repsol YPF, Agbar, Endesa y Telefónica. Entre otras cosas (los dos grandes bancos, BBVA y SCH ya sería otra cosa), porque esas empresas no han hecho inversión especulativa, sino directa; han mejorado las infraestructuras básicas argentinas y si no lo han hecho mejor es porque están sometidas a una política de tarifas feroz.

 

Es decir, mientras los compradores de deuda argentina son especuladores, y en efecto Kirchner debe luchar contra esa especulación y conseguir que la deuda no ahogue al pueblo, lo cierto es que las empresas industriales han hecho una buena labor en la Argentina (con la excepción del  Grupo Marsans en Aerolíneas Argentinas), y no se merecen tener a los piqueteros a sus puertas quemándoles neumáticos. Y si Kirchner pretender renacionalizar, entonces tendrá que hacerlo en tiempo y forma. No expropiando ni confiscando.

 

En pocas palabras, Kirchner necesita la inversión extranjera (inversión de cartera, pero, sobre todo, inversión directa), pero, al mismo tiempo, se dedica a promover un programa revolucionario, donde la policía, su policía, es el enemigo y los amigos son Hugo Chávez, los cocaleros bolivianos y Lula da Silva (¡Qué pena, el triste experimento de un Lula que comenzó siendo un líder de izquierdas, un líder contra el hambre, y corre el riesgo de acabar favoreciendo dictaduras de izquierdas y no mejorar el hambre en Brasil!).

 

No sólo eso, sino que el principal problema económico del Gobierno Kirchner es, hoy por hoy, la inseguridad ciudadana argentina. Los directivos españoles se vuelven a España porque no están dispuestos a que sus hijos vivan en una sociedad que se desintegra. Pero el demagogo Kirchner no lo ve.

 

Dice Kirchner que los argentinos no son los únicos culpables de su deuda. Por supuesto, tiene toda la razón. Es más, los argentinos sólo han sido las víctimas de un peronismo que ha disparado el gasto público y que ha alimentado maquinarias de partido (mejor, maquinarias personales) hasta llevar a un país tan rico y tan preparado como la Argentina a la ruina y al hambre. Es verdad, los argentinos no son los únicos culpables de su situación financiera. Lo son, principalmente, sus dirigentes, empezando por Kirchner y, hacia atrás, siguiendo por Duhalde, De la Rúa, Menem, etc… Ninguno de ellos se atrevió a meter mano al déficit público, porque eso era un suicidio político. Y como la gente tiene que vivir, han creado una judicatura y una policía corruptas. Kirchner lejos de detener este caballo desbocado, lo azuza aún más. Pero, eso sí, lo hace con mucho orgullo.

 

En unas horas caerá en la cuenta de que Rodrigo Rato es un señor muy poco impresionable, incluso tan chulo como don Néstor y al que la demagogia siempre le ha resbalado. Sus defectos son otros, pero no la demagogia.

 

Y es cierto que el FMI, como siempre, actúa en nombre propio y, por hilazón directa, en defensa de los intereses de la banca privada internacional y de los fondos de inversión y de pensiones, así como de los fondos de alto riesgo, es decir, en defensa de los intereses especulativos del sistema financiero internacional. Ahora bien, los argentinos no hubieran sido víctimas de ese sistema si no fuera porque su clase política ha engordado el gasto público (que no la inversión pública) como instrumento para mantenerse en el poder.

 

Hay una mala noticia para los argentinos: El prestigio de la nación en los ámbitos económicos europeos y norteamericanos es peor con Kirchner que con ninguno de sus predecesores. En España, principal inversor en la Argentina, Kirchner se comporta como un aprendiz de dictador. A pesar de que saluda la victoria socialista del 14-M, lo cierto es que el nuevo Gobierno Zapatero no quiere saber nada con un personaje al que consideran poco serio y muy amigo de meterse en problemas. Y eso, cuando menos, no es bueno.  

 

De Kirchner puede decirse lo mismo que de Leon Tolstoi: Es el hermano pequeño de Dios, aunque él nunca ha renunciado a la primogenitura.