El primer partido de la oposición parece una jaula de grillos, dividido entre gallardonistas, aznaristas, ratistas y aguirristas. Rajoy trata de que el partido no se rompa entre centrorreformistas de alma laica, liberales y democristianos. Ni Acebes ni Zaplana tienen peso propio en la formación. El periódico El Mundo se ha convertido en un factor más de desestabilización del PP
El mejunje ideológico que atraviesa el Partido Popular ya ha hecho que algunos se planteen la ruptura del PP en dos formaciones. En cualquier caso, el problema es la falta de liderazgo de Mariano Rajoy, quien no logra que el partido camine en una misma dirección.
Así, una serie de ex ministros, entre los que se cuentan Federico Trillo, Juan José Lucas, Michavila, Piqué y Arenas son los más pesimistas sobre el futuro de la formación y los que consideran que a Rajoy se le acaba el tiempo y que ni Ángel Acebes ni Eduardo Zaplana han hecho otra cosa que sembrar el caos en el partido y en el grupo parlamentario. Cuestiones tales como el reciente artículo de Luis Herrero, eurodiputado del PP criticando abiertamente a destacadas figuras de la formación, han puesto de manifiesto la escasa disciplina que reina en el primer partido de la oposición.
En todo este magma ha surgido una especie de consenso que viene a concluir lo siguiente: si Rajoy no consigue una victoria o una victoriosa derrota- en las municipales y autonómicas de la próxima primavera, deberá presentar la dimisión.
Esa misma vieja guardia es la que acusa a Rajoy, y aún más a Zaplana, de realizar un seguidismo suicida de los planteamientos del director del diario El Mundo, Pedro J. Ramírez. Un alto cargo del partido lo explica así: seguir a Pedro J. significa que si sus teorías sobre el 11-M triunfan, él habrá triunfado; si fracasan, el que habrá fracasado será el partido.
A Rajoy se le va de las manos, más que la política, su partido político. Por eso, en un intento desesperado, ha llamado en su ayuda a Paco Álvarez Cascos, totalmente retirado de la política y dedicado a vender arte. Evidentemente, Rajoy no busca con ello una definición ideológica, sino una mano de hierro que ponga orden en la jaula de grillos en que se ha convertido el PP. Y eso Cascos lo hace como nadie. El asturiano se ha sentido halagado, pero no está claro que quiera volver a la arena política.
Es verdad que en el PP coexisten los centrorreformistas de alma laica, entre los que destacarían Gabriel Elorriaga, Josep Piqué o Ruiz Gallardón con los liberales, que estarían representados por el actual director gerente del FMI, Rodrigo Rato, y en España por la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre. Actualmente las encuestas revelan que Aguirre mantiene unos altos índices de popularidad, en Madrid superiores incluso a los de Mariano Rajoy y Rodríguez Zapatero. Si su figura se consolida, es un recambio factible para Rajoy, sólo que el presidente del PP no tiene muchas ganas de abandonar el cargo.
Quedan los ratistas, con Cristóbal Montoro a la cabeza, y otros ex ministros, como Arias Cañete, que verían buenos ojos la vuelta de Rato al escenario nacional. Sin embargo, don Rodrigo se encuentra muy a gusto en Washington con su categoría de estadista. Naturalmente siempre queda la opción de Aznar, pero éste ha prometido que no enmendará la plana a su sucesor, salvo que haya que refundar el partido. En otras palabras, la diferencia entre la vieja guardia de los Lucas, Trillo o Arenas y el ex presidente del Gobierno es que los primeros colocan la fecha límite de Rajoy en las municipales de 2007, mientras Aznar, fiado de su acendrado sentido del ritmo en política, considera que Rajoy sólo deberá abandonar el cargo si pierde las generales de 2008