Sr. Director:

 

La han matado, sí, más incluso que frustrado, mi solidaridad con los sin papeles.  O, al menos, con algunos de ellos. Y es lo ocurrido en la Catedral de Barcelona y en la Iglesia del Pi, lo que ha hecho cambiar mi anterior actitud tolerante y solidaria respecto a unas personas que me merecían un gran respeto por su infortunio.  No hay derecho a que se profanen lugares de culto cristianos y se violenten las creencias de la mayoría de nosotros.  ¿Qué mal ha hecho la Iglesia para que así la hayan tratado? Desorden, suciedad, falta de respeto a un lugar sagrado, micciones, desperfectos... ¿Acaso no han sido, en muchas ocasiones, esas mismas personas acogidas y ayudadas por Cáritas, por ejemplo? 

No hay derecho, repito, sobre todo teniendo en cuenta que si aquí se aplicaran leyes vigentes en los países de estos individuos (Ley Antiblasfemia en Pakistan o, en general, la múltiple legislación represiva de otras confesiones fuera de la musulmana que rige en la mayoría de los países islámicos), todos los que se han encerrado estos días estarían o en la cárcel o ejecutados.  ¿O es que nadie puede imaginar lo que habría ocurrido en los países de los susodichos, si un grupo de cristianos hubiera invadido una de sus mezquitas, llenándola de basura, meadas y demás? 

Por eso, me parece muy correcto que se endurezca la legislación contra estos indeseables y se tramite su expulsión por la vía rápida.  Ya está bien de cultivar nuestro "síndrome de Estocolmo". Los delincuentes, fuera de aquí.  En cambio, a las personas de bien, honestas y trabajadoras, de toda raza y creencia, las puertas abiertas.

Montse Vadillo

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