Es cierto que en economía la imagen tiende a crear la realidad. Por ejemplo, la falta de confianza retrae el consumo y de ahí pueden derivarse grandes males.

Ahora bien, en plena crisis financiera, con unos intermediarios que no dejan de negar a sus clientes, no parece un buen consejo ocultarle la estafa a los estafados.  

Sin embargo, eso es lo que están pidiendo, que los medios callen o mientan, o ambas cosas a la vez. Lo piden los políticos y lo piden los grandes bancos. Pero un periodista no debe convertir al mercado en dios, sino a la verdad. Tampoco trabajamos para los intermediarios sino para el lector.

Pertinente advertencia en un momento en el que la crisis, por los motivos explicados en nuestra anterior edición, no es que remita sino que, como el chiste, se hincha. Y mucho.

Ben Bernanke, el hombre de la Reserva Federal, ya advirtió que se necesitarían más fondos públicos para salvar a Wall Street. En Alemania, las perdidas del Deutsche abren un escenario de nacionalización (aunque según Jaime Caruana, no se puede hablar de nacionalización, sino de gestión pública de bancos) lo mismo ocurre en Reino Unido con HSBC, Barclays, RBS, etc. La solución de los plutócratas que nos gobiernan es utilizar el dinero de todos para sanear a los intermediarios, mientras el sentido común impele a que, pesar del daño a terceros, que existe, lo que hay que hacer con un banco que entra en crisis es dejarlo quebrar. ¿Y si quiebra el sistema bancario entero? Que quiebre. Lo mismo puede decirse para las empresas. Y en ese sentido, lo que interesa es la transparencia, no la opacidad.

Cosa distinta es que la Fiscalía anticorrupción -a la que nada se le ha perdido, porque esto no es corrupción- se dedique a filtrar a Wall Street Journal (WSJ) los males del Santander. Eso no es transparencia es cainismo.

Eulogio López

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