"Estados Unidos es una sociedad tan libre que puedes morirte tranquilamente en la calle porque los ciudadanos respetan tu libertad". Es un chiste del predicador José Antonio Sayés, SJ con el que explica el alcance de la libertad. El hombre que amenaza con suicidarse en mitad de la calle- continúa Sayes- no es libre, es un insensato o un trastornado a quien debemos de ayudar. ¿Por qué no hacemos lo mismo con los enfermos que piden la eutanasia?
Estamos en campaña. Amenábar ejerce de avanzadilla con su celuloide "Mar adentro", que relata los trágicos sucesos de la vida y muerte de Ramón Sampedro, el tetrapléjico gallego que finalmente acabó con su vida. La "progresía" se ha echado a la calle para demandar la legalización de la eutanasia. El PSOE, obviamente, está por ello: sale gratis y alivia al saturado sistema. ¿Su "brazo social"? La asociación "Derecho a morir". Su argumento: "Tengo derecho a decidir sobre mi muerte porque la vida es mía, yo no me meto en tus decisiones morales o doctrinales y te pido que respetes las mías".
O sea, relativismo moral, que vende muy bien. Pero volvamos a nuestra pregunta inicial: ¿Qué hace un ciudadano responsable cuando se encuentra con alguien que quiere suicidarse? ¿Respetamos su libertad? ¿Le ayudamos a cumplir con su sueño como el jocoso personaje de "El Abuelo"? ¿Le ofrecemos métodos más seguros para que su suicidio sea plenamente eficaz?
Todas estas preguntas resultan ridículas, porque cualquier ciudadano con un mínimo sentido de colectividad tratará de disuadir al suicida de su intento. Quizás no sepa cómo, pero seguro que haría todo lo posible para evitar el infeliz e irremediable desenlace. Y eso a pesar de que el suicida tenga motivos para querer acabar con su vida: ruina económica, infidelidad matrimonial, enfermedad grave. O sea, reveses serios de la existencia.
Pero todo eso cede ante la infinitud de la vida. Y nadie en su sano juicio le preguntará al suicida qué le empuja a acabar con su vida para detectar si sus razones son suficientemente sólidas como para apearse del tren. Le detendremos con la fuerza, le persuadiremos con miles de argumentos, pero jamás dejaremos que dé el paso hacia al abismo. Y no lo haremos porque en la vida del suicida estamos todos de alguna forma. Porque somos perfectamente libres para decidir lo que consideremos oportuno. Pero, de alguna forma, tenemos una responsabilidad con la sociedad en la que hemos crecido. Nuestra vida interesa tanto a los demás como para que los demás se vuelquen en nosotros cuando amenazamos con cortar los lazos.
El problema es que esta sociedad individualista "respeta tanto tu libertad" que a veces da la impresión de que podemos morirnos en la misma calle con el respeto ciudadano como única compañía. Sentir la indiferencia social acrecienta la voluntad de bajarse del tren. Por eso, muchos intentos de suicidio terminan en fracaso. Porque en el fondo se trata de una manera muy agresiva de llamar la atención: estoy aquí y necesito vuestro apoyo.
Como recuerda la portavoz de
¿Por qué no hacemos el esfuerzo social para que los enfermos que demandan la eutanasia tengan una enfermedad sin dolor y muerte digna, rodeados de sus familiares? Resulta -añade la doctora Joya- que cuando el enfermo conoce las posibilidades de tratar el dolor, o sueña con la boda de su nieta, deciden que ya no quieren morirse.
El portavoz de "Derecho a morir", Gustavo Suvirat, responde en un debate en Punto Radio, que existe un serio déficit de unidades de cuidados paliativos, y que mientras tal déficit exista nuestra sociedad está condenando a los enfermos crónicos a malvivir bajo la angustia del dolor físico y las "torturas mentales" sin conocer la hora de la muerte. Ante esta realidad, señor Suvirat, ¿la alternativa social es liberar una cama o invertir en apoyo médico y psicológico? ¡Vaya con el estado social!
A esta polémica hay que añadir el debate sobre la delimitación de la voluntad del paciente, y su perfecto estado mental para decidir sobre su muerte, sabiendo que su decisión no es reversible. ¿Cuántos pacientes tomarían esa decisión bajo la presión de sentirse una losa para su familia? ¿Cuántos familiares tomarían una decisión pensando en agilizar la herencia de su antecesor? ¿Cuántos enfermos tomarían esa decisión fatal bajo la angustia del dolor y la ausencia de motivación? Suvirat responde que aún bajo el supuesto de que el enfermo diga "disparates", "siempre es mejor que los diga él sobre sí mismo sobre algo que le afecta directamente a que sea un tercero quien decida sobre él". O sea, que "Derecho a morir" es tan liberal que respetará la libertad de quien decida morirse en la calle.
Eso sí, exigirán cierta dosis de limpieza. Ética no, pero estética sí. Porque Suvirat es muy sensible con los suicidas fallidos. Y es que eso de tirarse por la ventana o echarse a la vía del tren es un atraso y una cochinada. Es mucho mejor la limpieza de una jeringuilla higienizada. Lo malo es que para eso se exige la aquiescencia de un médico al que -como recuerda la doctora Joya- se le obligaría a ir en contra de sus buenas prácticas médicas.
Más. Porque la apertura de la puerta puede dar lugar a situaciones indeseables. La experiencia de todos los países donde la eutanasia ha sido legalizada -Bélgica, Holanda, Suiza y el Estado de Oregón- es siempre la misma: Los médicos pueden caer en la tentación de "liberar camas" para atender una demanda creciente en un servicio financieramente deficitario. Y la posibilidad se convierte indefectiblemente en realidad: Sólo en Holanda se produjeron cerca de 1000 eutanasias "no voluntarias" el año pasado. Así lo reconocía hace unos años un senador en los pasillos: "Hablamos de eutanasia, pero debatimos de financiación del sistema sanitario". Ahora ya lo entiendo mejor.
Luis Losada Pescador