Deberíamos escribir una historia con el caso del juez Fernando Ferrín y adaptarla al cine. Tiene drama, injusticia, un punto de empecinamiento en los malos y dos puntos de cobardía en los buenos, y sólo le falta el final feliz... que espero llegue.
Al juez Ferrín le quieren fuera de la magistratura toda vez que el lobby feminista sacó a colación su formidable, inadmisible falta: Cuando tuvo que escoger entre ofrecer la custodia de una niña entre el padre y la madre lesbiana que convivía con otra mujer, decidió que la niña se educaría mejor con el padre: ¡Qué cosas!
Así pasó de alguacil a alguacilazo, por mor del sectarismo de las autoridades judiciales progresistas, nombrados por la izquierda, y por la cobardía ramplona y miserable de sus pares nombrados por el PP.
Ahora bien la mentira tiene las patas cortas y la mala leche simplemente no tiene piernas. En el auto donde su colega decide que debe sentar a Ferrín en el banquillo reconoce, a un tiempo, que no ha cometido delito alguno.
Tiene mucha razón: los jueces no están para impartir justicia: sólo para salvar el pellejo. ¿Y los fiscales? Para obedecer a sus superiores, naturalmente.
¿Comprenden ahora por qué no creo en la justicia humana? Yo espero a la divina, en la que no hay ni jueces de carrera ni fiscales sumisos y donde se trata al villano como al señor y, lo que es más importante, al cristiano como al humano. Créanme: corrupción existe en no todos los sitios: en la prensa, en la policía, en la empresa, en la banca, en los mercados, pero mi experiencia me dice que ninguna corrupción tan extendida, tan profunda, tan irrevocable como la corrupción judicial.
Eulogio López
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