Sin embargo, la mitad de los indigentes del orbe son chiquillos, más de 600 millones; 100 millones son niños de la calle, mal viven de lo que limosnean, desvalijar o descubren en la basura y esnifan pegamento para paliar la gazuza. Una situación que se conoce como una contrariedad de las grandes ciudades de Latinoamérica, generalizándose en los estados endeudados del mundo. Son vejatorias las situaciones que padecen los críos de la calle, sin techo ni hogar; muchos, por penurias monetarias familiares, se afanan como mercaderes ambulantes, abrir paso hacia las puertas de taxis o tomar parte de la pordioseo organizado: viven en la calzada de la calle, en unas condiciones de alta fragilidad, con el peligro de ser utilizados física, económica y carnalmente, llegando hasta el quebranto de sus existencia.
En el origen de esta realidad social está la progresiva desunión familiar, la expatriación, la indigencia, el negocio de las bebidas etílicas y otras drogodependencias, la prostitución, las conflagraciones, la carencia de valores morales, el desamparo y un sentido cada vez más hondo de vacío existencial que define a la juventud actual.
Otro ejemplo de explotación infantil lo descubrimos al sur de la frontera entre Malawi y Mozambique. Como resultado de un próspero comercio que se ha apostado en la llamada tierra de nadie, muchos chiquillos buscan faena allí, donde se forjan numerosos casos de depravación.
Por otra parte, dos millones y medio de chavales vegetan en las urbes de la Unión Europea, esto es, siete de cada mil. El Parlamento Europeo preparó un estudio en el que mostraba a la Comisión Europea su "más sincera preocupación por el creciente número de niños que viven en la calle y sin hogar", y pedía encarecidamente a los Estados miembros que adoptaran medidas eficaces al respecto.
Cuando hacéis con la violencia derramar las primeras lágrimas a un niño, ya habéis puesto en su espíritu la ira, la tristeza, la envidia, la venganza, la hipocresía, escribió Azorín.
Clemente Ferrer
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