Y Hillary Rhodam Clinton gritó: ¡Heil Hitler! Al menos, eso parece deducirse de su actitud, brazo en alto, que recoge la instantánea que Associated Press ha paseado por medio mundo. La ex presidenta de Estados Unidos (bueno, o así) participó en la manifestación pro abortista celebrada en Washington el paso domingo para defender el "derecho al aborto". En la sección de Cartas al Director, publicamos la nueva acometida de Naciones Unidas para convertir en un derecho lo que es un asesinato.

 

Recuerdo que, cuando me dedicaba a la enseñanza, una alumna dijo que "había que parar los pies a Le Pen porque negaba el derecho al aborto, lo cual era fascismo". Veinte años tenía la criatura y ya le habían lavado el cerebro.

 

La empanada mental sobre el aborto siempre recorre el mismo camino: se empieza pidiendo la despenalización del aborto, luego se impone el aborto libre y se acaba exigiendo el aborto obligatorio, y gratuito, naturalmente… porque es un derecho humano. Y no lo dice cualquiera: lo dice Hillary Clinton. No es el abandono de los valores, es la inversión de valores.

 

Pero hay más. El aborto supone la peor de las violencias: mucho peor que la guerra, que el terrorismo o que la violencia de género. Lo más violento e inhumano que existe hoy es la cultura de la muerte, la maquinaria abortera y las madres que abortan. Sí, ha llegado el momento de no alabarlas más, porque puede dar pábulo a la confusión reinante: la madre que aborta puede ser digna de pena, pero no deja de ser una homicida que se ensaña con el más inocente de los seres humanos. Hay que ayudarla sí, pero dejando claro la gravedad de su acto. El aborto es lo más grave. Si acaso, sólo comparable al suicidio.

 

Pero la conclusión última es más grave. En Hispanidad he repetido que el aborto es mucho más que el aborto. Ahora diré lo mismo sólo que de otra forma: los conflictos sociales nacen de la desconfianza. La misma señora que decide abortar está predispuesta a matar al abuelito para irse de vacaciones. A fin de cuentas, si tuvo un hijo no deseado y abortó, bien puede tener un suegro no deseado y cargárselo. Es lo mismo que ocurre en Holanda con los ancianos desde que se aprobó la eutanasia: que los viejecitos tienen miedo a ser ingresados, no vaya a ser que decidan que no tienen derecho a vivir.

 

Lo que une a las sociedades no son las leyes, sino la confianza mutua. Y nadie se fía de quien ha matado. No es broma, el fundador de la Clínica Dator, el mayor abortódromo de España, de cuyo nombre no quiere acordarme, salía en cierta ocasión del establecimiento, despechugado, con un medallón de oro colgado del pecho, cuando un militante pro-vida le preguntó:

 

-¿Y tu por qué haces esto?

 

-Tu no sabes lo que yo soy capaz de hacer por dinero –fue la respuesta.

 

Yo a ese tipo no le doy el botón nuclear. Y tampoco le doy mi cartera. Es una mera cuestión de confianza.

 

Ha llegado el momento de hablar claro: no queremos ni explotadores ni asesinos. Y a cada cual hay que otorgarle su verdadero nombre.

 

Eulogio López