En la noche del pasado jueves asistí al pre-estreno de la última película de Mel Gibson, Apocalypto, sobre la América precolombina. Una maravilla, no se la pierdan, de un hombre hecho para el cine: sabe filmar como nadie.
Al finalizar el visionado, y en voz alta, para demostrar públicamente su gran capacidad para el análisis profundo, una casi madura mostraba su descontento : Pero ¿qué piensa este tío que son los mayas?. Y esto es bello e instructivo, porque demuestra, una vez más, que no se ha hecho la miel para la boca del asno ni se deben echar perlas a los cerdos.
Mel Gibson se ha convertido en el gran objetivo a batir por la progresía hollywodiense. Desde que firmó La Pasión, Hollywood no le ha perdonado, y el Nuevo Orden Mundial (NOM) tampoco. Y está claro que es lo que no le perdonan: no le perdonan ser católico. Antes de estrenar La Pasión, Gibson quiso que Juan Pablo II la viera. El pontífice polaco dijo al terminar Así fue.
En efecto, la flagelación romana y su posterior crucifixión, eran así. Con la historia que Gibson nos cuenta acerca de la civilización precolombina, de los mayas del sur de México e istmo centroamericano, puede decirse lo mismo : Es que vivían así. Lo que ocurre es que nuestra casi adulta analista tenía en la cabeza el mito del buen salvaje. Y claro, es más fácil romper el átomo que romper un prejuicio. Gibson tiende la mano a sus oponentes en al menos dos cuestiones.
1. En primer lugar, sus mayas no son disminuidos psíquicos, incapaces de pensar, una especie de sociedad de coeficiente intelectual por debajo de 50, simios apenas evolucionados y, en pocas palabras, enormes zoquetes de primer grado. Para el modernismo, perdido en su bobalicona idea de progreso espiritual y cultural permanente, los antiguos eran un a modo de imbéciles, y la humanidad no alcanzó cierta madurez cognitiva hasta, por ejemplo, la Revolución Francesa. Esa curiosa equiparación entre la antigüedad y la idiocia no tiene ningún soporte histórico : forma parte del prejuicio moderno.
Sin embargo los mayas los buenos de la historia, no los malos- del amigo Mel sorprenden: son irónicos un poco cabroncetes-, han reflexionado sobre la existencia, se preguntan sobre su origen y su destino, distinguen entre el bien y el mal, entre la virtud y defecto y entre la verdad y la mentira (es decir, que están más evolucionados que muchos contemporáneos).
Al mismo tiempo, mientras la modernidad del buen salvaje, considera que los indígenas puros y tontos, no porque amen al salvaje no aguantarían su compañía ni 10 minutos- no porque odian la idea cristiana del pecado original (la odian, incluso los que no saben qué es el pecado original). Por el contrario, Mel Gibson sabe lo que sabían lo evangelizadores españoles del Nuevo Mundo : que el buen salvaje era tan inteligente como salvaje, y que había que apelar a su inteligencia para reducir su salvajismo. Podían considerarles canallas, pero no estúpidos, justo al revés que nuestra progresía.
Sabían, también, que no es posible evangelizar sin respetar la libertad del evangelizado, porque al ser humano se le puede matar, pero no se le puede obligar a amar, que de eso se trata.
En segundo lugar, Gibson no ha hecho una obra apologética. O mejor, sí ha hecho apología, pero sin intentar demostrar nada: sólo mostrando, que es como hay que influir en el mundo audiovisual. Dicho de otro modo : no se narra la gesta evangelizadora, sólo se describe la vida de unos hombres que no habían recibido el mensaje evangélico. Una vez que has contemplado esa vida infernal, aunque seas un ateo cerrado, suspiras porque alguien realice la evangelización que llevaron a cabo los clérigos españoles y portugueses. A Mel le ha bastado el realismo : nos ha mostrado, no cómo fueron evangelizados, sino cómo era el mundo americano antes de la hispanidad: un horror. Cuando uno contempla esta cultura, comprende a qué extremos de necedad llega el Nuevo Orden cuando habla de encuentro de dos mundos. Simplemente, estamos tan acostumbrados a una visión progre-edulcorada, que nos ofendemos cuando Gibson nos muestra los sacrificios humanos de la cultura maya y su raíz: la nula consideración del otro. Pero así fue.
Es ésta película muy recomendada para ecologista y panteístas, aunque me temo que ambas condiciones comienzan a resultar una reiteración. Y es, por último, una gran película, que sabe recoger en dos dimensiones lo que se debe sentir y vivir en tres. A fin de cuentas, eso es el cine.
Eulogio López