Los que hayan seguido la trayectoria del polifacético Quentin Tarantino (en el mundo del celuloide ha hecho de todo: de actor, director, productor, guionista, director de fotografía etc) saben que dos son las señas de identidad que suelen repetirse en su cinematografía: la violencia desmedida y los diálogos tan absurdos y extensos como ingeniosos. De ambas cuestiones Malditos bastardos es un buen ejemplo además de resultar un excelente divertimento.
La última película del director de Tennesse transcurre durante la II Guerra Mundial. En plena contienda bélica, en el bando de los aliados se crea un grupo especial compuesto por soldados judíos cuyo líder es un estrambótico teniente, Aldo Raine, cuya misión consiste en atestar golpes duros a los nazis atacando al estilo de las guerrillas. Este comando nunca hace prisioneros y, para sembrar el terror, se lleva las cabelleras de sus enemigos. Esta historia corre paralela a la venganza planeada por Shoshanna Dreyfus, una muchacha francesa de raza judía, cuya familia ha sido exterminada por el cruel coronel Landa de las SS (interpretado genialmente por Cristoph Waltz, premiado como mejor actor en Cannes por este papel).
Malditos bastardos cuenta con un humor negrísimo y un argumento muy original que nos recuerda al mejor Tarantino: el de su primera etapa (Reservoir Dogs y Pulp Fiction). En el pasado Festival de Cannes este largometraje gustó pero no triunfó. Se escucharon voces críticas porque su argumento se alarga innecesariamente en alguna secuencia (fundamentalmente la que tiene lugar en una cantina) y por un ritmo desequilibrado en su desarrollo (lo cual es cierto). Pero, salvando esos inconvenientes, y dejando claro que estamos ante una película que sólo pretender entretener, Malditos bastardos es una de las opciones más apetecibles de lo que hemos visto este año, que cuenta con momentos que parecen extraídos del mejor cine clásico. Y lo explico: por un lado toda la película es una especie de spaghetti-western embutido en traje de género bélico y, por otra, porque hay gags que recuerdan las enloquecidas comedias de los años 30 (un ejemplo: el instante en que la actriz que interpreta Diane Kruger presenta en la sala de cine como italianos a Brad Pitt y a sus muchachos y éstos pronuncian con un acento de lo más chungo).
Salvando las distancias (y que nadie se me ofenda) Malditos bastardos es una parodia del nazismo al igual que Ser o no ser, de Ernest Lubitsch, y también coincide con el clásico en que es tremendamente divertida a pesar de ser demasiado explícita en las imágenes violentas y sangrientas
Eso sí, un consejo, no se encariñen demasiado con ningún personaje de la trama
Para: Los seguidores de Tarantino (éstos quedarán encantados) y para todos aquellos espectadores que les gusten las películas originales independientemente de que contengan violencia gratuita