Sr. Director:
Majestad, con todo respeto me dirijo a usted para expresarle mi humilde opinión sobre el debate planteado en algunos medios sobre la cuestión de su firma a la nueva ley del aborto.

 

Puedo entender que usted, en conciencia, firmara la actual Ley de despenalización del aborto, pues dicha ley suponía una modificación del Código Penal por el que en determinados supuestos, el delito del aborto no era penalizado. Esta es una diferencia esencial con relación a la nueva Ley que ahora se ha aprobado y está a la espera de su firma y entrada en vigor.

Puedo entender que hubiera razones y motivos por los que usted, en conciencia, consideró un deber firmar aquella ley de despenalización, con independencia de que la considerase justa o injusta. Pero no podría entender que usted firmara la recientemente ley del aborto aprobada por el Gobierno.

¿Cuál es la diferencia? Muy sencilla. El Rey puede haber tenido motivos graves para, en un momento determinado, considerar que debía firmar la ley por la que, el delito del aborto en determinados supuestos establecidos por dicha ley, no fueran a la cárcel por ello. El Rey puede querer, como, pienso que lo quiere una inmensa mayoría de los españoles, que ninguna mujer vaya a la cárcel por verse obligada a abortar.

Pero otra cosa muy distinta es que el Rey rubrique con su firma una ley que considera el aborto un derecho. El Rey, si quiere ser el Rey de todos los españoles, debe serlo también y en primer de los más inocentes e indefensos, de aquellos que aún no tienen voz para gritar: ¡dejadme vivir! Por eso, no entendería que el Rey firmara una ley que niega y atenta contra el primer y fundamental de los derechos de la persona humana: el derecho a la vida.

Estoy convencido de que nos encontramos ante un momento histórico de enorme trascendencia, como se han dado pocos a lo largo de la historia de la humanidad. Muchos podrán alegar que su firma es un mero trámite, una exigencia institucional que no implica su personal apoyo al contenido de la ley. Muchos podrán decir que el Rey reina pero no gobierna y que el papel de la monarquía está limitado a la mediación y moderación, por lo que no puede usted negarse a firmar.

Siendo ciertas algunas de esas opiniones, sin embargo, pienso que usted si puede negarse a firmar. Es más, pienso que usted debe negarse a firmar. Usted, Majestad, intervino el 23-F en el intento del golpe militar. Recientemente, ante la gravedad de la crisis económica, cumpliendo con sus obligaciones, ha vuelto a intervenir. ¿Cómo podría no hacerlo ante una situación de la gravedad que supone la aprobación de esta nueva ley del aborto?

Hoy, el mundo se enfrenta a una crisis de mucho más calado que la económica, una crisis de humanidad, la crisis del reconocimiento de la dignidad inviolable de toda vida humana que está en la raíz de todas las demás crisis, incluida la económica. El primer y más grave problema al que se enfrenta la humanidad actual y así lo señaló Juan Pablo II unos meses antes de su muerte es el de la defensa de la vida humana.

Su negativa a firmar esta ley, sería un acto heroico. Sería un aldabonazo que resonaría en todo el orbe. Sería un signo, un símbolo pero, más aún sería, por su gran repercusión internacional, el mayor grito de la historia en defensa de la vida humana, de toda vida humana. Sería un gran SÍ a la vida y a la intrínseca dignidad de toda persona humana, especialmente de la concebida aunque todavía no nacida. Sería un acto de una grandeza sublime porque estaría reivindicando el sagrado derecho a no obrar en contra de la conciencia y porque estaría dispuesto a renunciar a la Corona, si así lo quisieran los españoles, con tal de defender la vida de todos los españoles.

Majestad, quién sabe si la Providencia divina no le ha puesto a usted en el Trono de España para este momento histórico y trascendental, como sucedió con la reina Ester. Y como en ese caso, permítame decirle, parafraseando lo que Mardoqueo dijo a  su sobrina, que de no actuar usted en la hora presente para evitar el exterminio de millones de vidas humanas, Dios dispondrá que la victoria sobre el aborto, como la peor de las lacras de la humanidad, llegue por otros medios, pero usted tendrá un día que presentarse ante el Juez universal, ante el Rey de Reyes, del cual todos somos súbditos y yo, en su lugar, no quisiera hacerlo habiendo puesto mi firma en una ley como ésta.

Ruego a Dios Todopoderoso que le ilumine y le dé la fortaleza y la magnanimidad para ser digno de la Corona de España siendo fiel servidor de la Patria, pero antes de Dios.

José Gil Llorca