El Reino Unido participó de lleno en la invasión de Iraq, una guerra que nunca debió iniciarse. Quiero decir que no fue como España, que sólo envió tropas, y no muchas, cuando todo había terminado. Las primeras fuerzas españolas que llegan a Basora van en un barco cargado de agua mineral, y ni un solo español participó en la invasión ni mató a un solo soldado o civil iraquí. Otros 35 países, además de USA y Reino Unido, participaron en la posguerra, y con más efectivos y durante más tiempo que España. Podríamos decir que el Gobierno Aznar otorgó a Estados Unidos, capitán del asunto, una especie de "apoyo moral", además de un apoyo logístico posterior, que nos trajo unos cuantos cadáveres en un atentado contra miembros del Cesid, en dos periodistas y en ataques a unos efectivos que estaban ayudando a reconstruir un país.

Como se trataba de un conflicto que nunca debió comenzar, el Gobierno Aznar merece una crítica negativa, muy negativa. Continúan resonando las palabras de Juan Pablo II, que hizo responsables a los que iniciaron la guerra "ante Dios y ante la historia", sin duda la bronca más dura que haya recibido George Bush durante todo su mandato presidencial, sin olvidar la doctrina adjunta del Pontífice, que iba mucho más allá de las proclamas pacifistas: "la guerra no puede adoptarse, aunque se trate de asegurar el bien común, si no es en casos extremos y bajo condiciones muy estrictas, sin descuidar las consecuencias para la población civil". Aznar, como Bush no hicieron caso al Papa y así les fue.

Ahora bien, dicho esto…

El terrorismo islámico encontró en la injusta invasión de Iraq su razón para golpear a civiles occidentales indefensos. Al igual que había ocurrido en Nueva York el 11 de septiembre de 2001, golpeó a Reino Unido, a Australia, es decir, el Occidente en Oriente, y a España, un 14 de marzo de 2004. Sí, el atentado contra Australia se perpetró en Bali, ciudad Indonesia, pero iba dirigido contra turistas de aquel país. Murieron 200 personas, aún más que en Madrid (192), y muchas más que los atentados de Londres (57).

Y ahora viene lo ‘bueno', la reacción de casi todos los países golpeados por los fanáticos islámicos. George Bush, Tony Blair y John Howard recibieron todo el apoyo de sus poblaciones, incluidos los votantes de la oposición. Estadounidenses, británicos y australianos se consideraban heridos, y por tanto se mostraban unidos frente al enemigo común. Howard incluso acaba de anunciar que las tropas australianas no se retirarán de Iraq en febrero. Sólo en España el país se dividió en dos, y así, resultaba, y resulta, que la culpa del 11-M la tenía Aznar por habernos metido en la guerra, y así nació la Generación Manjón, una mujer para la cual, el asesino de su hijo no eran los islámicos, sino José María Aznar. Síndrome de Estocolmo en estado puro, síntoma de una país cobarde y aturdido, que prefiere buscar culpables ante que encontrar soluciones, y que renuncia a enfrentarse a su agresor para volverse contra su hermano: cainismo y síndrome de Estocolmo, mitad por mitad-

Naturalmente, a medida que las proféticas palabras de Juan Pablo II se cumplían, tanto en Estados Unidos como en Reino Unido o en Australia, la opinión pública giró hacia la guerra. Lo ilógico hubiera sido lo contrario, a la vista del desastre. Ahora bien, no por ello, ni a ambos lados del Atlántico ni en el Pacífico, la gente mantuvo una sensación de unidad frente al enemigo externo, mayormente porque era el agresor.

No sólo eso, sino recordar la obviedad primera, la de que el adversario real, lo del fanatismo islámico, los socios de ZP en la Alianza de Civilizaciones, ha conseguido en España su gran victoria: con el asesinato de 192 personas forzó un cambio de Gobierno.   

Con los atentados en Londres y Glasgow ha vuelto a ocurrir algo similar: al Partido Conservador británico no se le ha ocurrido revolverse contra Gordon Brown, recién estrenado en Downing Street. Tienen bastante clara la gradación de enemigos. Pero claro, el Reino Unido puede estar en crisis –todavía no ha caído en la cuenta de que el Imperio terminó en 1950-, pero no en disgregación ni en guerra civil permanente.

Como en la España cainita.

Eulogio López