Los informes de John Flynn, que acostumbra a publicar Zenit siempre me han parecido espléndidos.

Lo es éste, publicado por Zenit (una agencia católica fundada por el periodista español Jesús Colina, y que precisa ayuda financiera urgente, y debemos proporcionársela de forma urgente) acerca de la legalización de la prostitución en Camberra, el distrito federal australiano. No necesito explicarles que la tal legalización ha terminado en desastre, como era de esperar. Cuando se juega con la dignidad humana nunca surge nada nuevo, pero es importante concretar alguna de las concreciones del desastre, como lo hace Flynn. En resumen, la meretriz acaba en zombi... como no podía ser de otra forma.

Ahora bien, en el informe que envía la diócesis de Camberra al Legislativo para ilustrar el debate, se desliza un apoyo al modelo sueco, que consiste en penalizar al cliente y no a la prostituta.

Lo cual nos sitúa en el mal menor, mientras yo sólo creo en el bien posible. Es decir, en terminar con la prostitución, independientemente de que esté penalizada o no. Por una parte, el cliente es culpable, al igual que el proxeneta, pero la prostituta también. Por otra, el problema no es la legalización la prostitución sino la prostitución propiamente dicha.

Personalmente, si todo consiste en penalizar al cliente, me temo que nos quedaremos cortos.  Y tampoco entiendo cómo es posible que la progresía, uno de cuyos vectores consiste en confundir moralidad y legalidad, y otro en defender cualquier forma de sexo pueda penalizar al hombre que, en uso de su libertad paga por mantener relaciones carnales con una profesional del sexo.

Pero, en cualquier caso, el mayor problema consiste en el antedicho bien posible. Oiga no: no se trata de neutralizar a quienes cobran del lenocinio sino de ayudar a la prostituta a salir de la prisión en la que ella misma, ayudada o no por el ambiente, se ha encerrado. Y voy a poner como ejemplo a alguien que no es ejemplar en otros aspectos. Me refiero a Ana Botella, cuando, como concejala de bienestar social, intentó ayudar a las putas para que abandonaran su vida, prometiéndolas protección, respecto a sus chulos  y la posibilidad de repatriación -en el caso de ser extranjeras- y/o de encontrar un empleo. Uno de sus colaboradores en aquel proyecto me confesaba que sólo un 2% de las coimas tocadas aceptaron salir del gueto. El resto optó libremente por seguir allí. Pese al fracaso estadístico, creo que éste es el camino.

Eulogio López

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