Ni les invitarán al congreso en el Caribe sobre la tendinitis del pato viudo, tampoco les regalarán entradas para el Bernabéu, ni les obsequiarán con dos noches en un hotel de 5 estrellas. Si acaso les podrán agasajar con un bolígrafo, siempre y cuando no valga más de 10 euros.
Se acabó el tarugueo -como se denomina el soborno a los médicos-, una práctica terriblemente dañina, pero que ha sido habitual en los últimos años en las relaciones entre los laboratorios farmacéuticos y el colectivo sanitario. Millones de medicamentos han sido recetados por médicos apóstoles o tarugos (así se llaman a los que aceptan regalos), que no han tenido ningún escrúpulo en prescribir los fármacos de los laboratorios que les obsequiaban con todo tipo de regalos, incluido dinero en metálico.
Lo ha reconocido GlaxoSmithKline -uno de los líderes mundiales del sector farmacéutico-, que acaba de anunciar que dejará de pagar a los médicos que promocionen sus productos en conferencias. También ha dicho que no sufragará los viajes de los facultativos para asistir a congresos científicos, y que cancelará los incentivos por ventas individuales de sus visitadores médicos.
Aunque otras farmacéuticas ya habían abandonado este tipo de prácticas comerciales, el mea culpa de Glaxo supone un punto de inflexión porque la multinacional británica ha sido una de las compañías que ha practicado un márketing más agresivo. De hecho, en 2012 aceptó pagar una multa histórica de 3.000 millones de dólares en Estados Unidos para cerrar un pleito con 42 Estados americanos por fraude y malas prácticas. Además de pagar incentivos a los médicos, Glaxo fue acusada de haber promovido de forma ilegal cientos de medicamentos. Ahora tiene a varios empleados encarcelados en China acusados de sobornar a funcionarios y de pagar a médicos para que recetaran sus productos.
Glaxo no es ninguna excepción porque las americanas Pfizer -líder mundial- y Abbott también han tenido que abonar fuertes multas por la promoción fraudulenta de medicamentos, y otras como Novartis, Sanofi, Merck o Roche se han visto envueltas en conflictos similares.
En España, Farmaindustria -la patronal del sector- ha promovido un nuevo Código de Buenas Prácticas, que ha entrado en vigor el 1 de enero de este año y que pretende hacer más transparentes las relaciones de los laboratorios con los profesionales y las organizaciones sanitarias. Aunque se trata de un código ético de autorregulación, sus normas son de obligado cumplimiento para las más de 200 empresas (el 95% del sector) que lo han suscrito. La Unidad de Supervisión Deontológica
-un organismo externo vinculado a Farmaindustria- tiene capacidad sancionadora para multar a los laboratorios que incumplan alguna de las normas del código ético.
Este nuevo reglamento prohíbe a los laboratorios invitar a médicos a reuniones científicas en lugares paradisíacos o que estén ligadas fundamentalmente a actividades lúdicas, recreativas o deportivas. La semanita para esquiar en los Alpes con la excusa de un congreso insustancial de un par de horas se ha terminado. Y nada de ir con acompañantes.
Se prohíbe también todo tipo de obsequios, en efectivo o en especie. Lo único que las farmacéuticas pueden regalar a los médicos son artículos de escritorio o utensilios de uso profesional, que en ningún caso podrán superar un valor de 10 euros. Una caja de tiritas sí, un jamón de Jabugo ni soñarlo.
El código regula la siempre controvertida figura del visitador médico, ese personaje misterioso que maletín en mano siempre se nos colaba cuando nos llegaba el turno en la consulta médica. Teóricamente, la función de los visitadores es informar a los profesionales (médicos y farmacéuticos) de las novedades del laboratorio para el que trabajan. Pero en lugar de ser expertos sanitarios, se convirtieron en agresivos vendedores, ya que sus ingresos estaban ligados al número de recetas que los médicos expedían de los fármacos que ellos promocionaban. Y claro, para aumentar las ventas utilizaban todas las herramientas que tenían a su alcance, incluidos los obsequios.
Los visitadores se han visto obligados a reciclarse y a cambiar el centro de salud por la farmacia, porque el médico ahora prescribe por principio activo y no por marca, como ocurría antes. Además, ya no cuentan con tantos fondos a causa de la reducción de gastos que han realizado los laboratorios, y también su capacidad de maniobra ha mermado por las normas éticas que han implantado las farmacéuticas.
Aunque este tipo de códigos de comportamiento son básicos para intentar poner coto al soborno y a la corrupción, la verdad es que muchas veces son difíciles de cumplir en cualquier tipo de sector, no sólo en el farmacéutico. En una situación de crisis como la actual, las empresas presionan al máximo a sus empleados para conseguir los objetivos cueste lo que cueste, y ahí vale todo, que es cuando la línea de la ética empieza a difuminarse.
¿Se puede justificar el regalo para conseguir una venta Una cuarta parte de los directivos europeos piensan que sí -según el European Fraud Survey de E&Y-, y llegan a considerar aceptables los sobornos y las prácticas amorales como arma de venta si ello ayuda a los resultados de la empresa. Al final estamos ante una cuestión ética que sólo puede mejorarse a través de la educación.
Manuel del Pozo