La crisis bancaria española de los años setenta y ochenta terminó con 50 bancos intervenidos, a lo que luego habría que añadir los dramas del Urquijo y del Banesto de Mario Conde.

En ninguno de ellos los presidentes se negaron a abandonar el cargo. Se fueron a los tribunales, escribieron libros, conspiraron y prometieron venganza eterna, pero abandonaron el sillón. Ni tan siquiera Mario Conde.

Hasta Miguel Blesa, presidente de Caja Madrid, que se niega a abandonar la Presidencia de la cuarta entidad financiera de España. ¿Debe dimitir Miguel Blesa como presidente de Caja Madrid? Por supuesto que sí. Contemplar al hombre que fue nombrado presidente de la Caja por el dedo índice de su amigo José María Aznar, convertirse en el abanderado de la independencia de gestión frente al poder político resulta un espectáculo de lo más regocijante, aunque un tanto impúdico. Con la Ley LORCA (Ley de Órganos Rectores de Cajas de Ahorros) en la mano, Aguirre tiene todo el derecho a cesar a Blesa. Si la norma no gusta -a mí no me gusta- habrá que cambiar la norma, pero no violentarla.

¿Por qué ocurre todo esto? Pues porque el Partido Popular no sólo es derecha cainita, sino derecha idiota, en permanente estado de guerra civil. José María Aznar no le dice a su amigo y ex vecino en Logroño, que se marche porque su señora esposa, Ana Botella, quiere suceder al alcalde de Madrid, Ruiz Gallardón, mientras el presidente del Partido, Mariano Rajoy, el que tenía que poner orden en el gallinero, se deja llevar por su aversión -¿política, eh?- hacia Esperanza Aguirre, a quien desea ver muerta y enterrada. Con tal de conseguir ese objetivo es capaz de regalarles Caja Madrid a los socialistas. Esta es la oposición que tenemos. Si no fuera así, dada la desastrosa gestión de la crisis de ZP, Rajoy le llevaría más de 10 puntos de ventaja en expectativas electorales.  

¿Cuál es la solución? Despolitizar las cajas de ahorros convirtiéndolas en sociedades anónimas. Yo propongo que las cajas sean de los impostores, es decir, de los depositantes, es decir, de los clientes: una mutualidad. Sé que la actual representación mutual está en manos de los partidos políticos y sindicatos, pero eso puede evitarse. A fin de cunetas, la II Revolución Industrial consiste en eso: en que no manden ni los accionistas, ni los trabajadores: en que manden los clientes.

Eulogio López

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