Sr. Director:
La Unión Europea ha sido galardonada con el Premio Nobel de la Paz como reconocimiento a más de seis décadas de paz y estabilidad en Europa.
Condicionados por un escepticismo institucional que todo lo envuelve, por la desafección de muchos ciudadanos hacia la misma Europa, por la grave crisis que atravesamos e incluso por las discutibles concesiones que el Premio ha tenido en años anteriores, es comprensible que ante un acontecimiento tan relevante nos invada una situación de perplejidad.
Es evidente que a la Unión Europea le queda mucho camino por recorrer. La paz no se puede dar por hecha, es una conquista diaria. Pero reconociendo las dificultades, sería ridículo no reconocer el camino que ya se ha transitado.
Aquel proyecto que esbozó Robert Schuman en 1950, concebido para resurgir de las cenizas del horror, tenía su pleno sentido porque se asentaba no solo sobre unas bases económicas comunes sino sobre todo en un programa político que exhibía con orgullo en su pórtico palabras como perdón, paz, reconciliación y comunidad.
Aquellos hombres, primero Schuman, y luego otros como Adenauer, de Gasperi o Monnet, supieron otear el futuro con altura de miras, apostando siempre por el bien común desde inequívocas raíces cristianas, y dando forma a una realidad que en su misma constitución nos dejaba un mensaje muy claro: ante las dificultades, mejor unidos. Una lección que hoy sigue estando vigente. Parece, no obstante, que algunos de los mandatarios actuales no están a la altura de los fundadores.
Suso do Madrid