Decíamos el jueves 30 que entre la clase económica española se considera que hay Zapatero para rato. Y también hay Pascual Maragall para mucho tiempo. La razón es muy simple: al Partido Popular le costó muchos años de oposición, durante el Felipismo, conseguir lo que todo partido necesita: una corriente popular que si no le apoya al cien por cien, al menos esté dispuesta a respaldarle con su voto. Son corrientes que tardan años en crearse, aunque pueden diluirse en cuestión de días. Por ejemplo, el Partido Popular tenía el Gobierno asegurado el 11 de marzo y lo perdió el 14. En cualquier caso, cuando pierdes el apoyo de esa corriente popular tardas años en recuperarlo.
Al Pujolismo le ha pasado lo mismo. Apenas habían empresarios o representantes del mundo periodístico y cultural (periódico y cultura no deberían ser sinónimos, pero en el siglo XXI lo son) catalán que no augurara un Artur Mas como presidente de la Generalitat. Pero Maragall pactó hasta con el diablo (para algunos peperos con alguien peor que el diabl con Carod) y se hizo con la victoria. Pues bien, la corriente social que había mantenido a Pujol más de 20 años en el Palacio de San Jorge se diluyó como un azucarillo.
Tanto el Gobierno Zapatero como el Gobierno Maragall son inexpertos, incompetentes, insensatos, carentes de ideas, ordenancistas, poco amantes de las libertades, económicamente incapaces, etc. Es igual, el enemigo ha perdido la corriente social que le apoyaba, mientras el PSOE español y el socialismo catalán lo están creando a marchas forzadas. Hagan lo que hagan, y están haciendo todo tipo de barrabasadas, tienen asegurada la indulgencia. Además, el americano (también el estadounidense) quiere líderes fuertes y coherentes; el europeo (también el español) quiere líderes débiles y tolerantes. Zapatero es un líder europeo, Aznar es un líder americano. Rajoy es indefinible.
PP y CiU han perdido el apoyo popular y ni ellos ni muchos de sus apoyos saben exactamente por qué. El Partido Popular llevaba meses preparando el Congreso de este fin de semana, intentando recuperar ese apoyo con una especie de refundación del partido. Ahora bien, fundar o refundar un partido significa asumir y defender unos principios. Parece claro que el largo camino hacia el centro reformismo funcionó durante cuatro años y ha dejado de funcionar a partir del año 2000. En el siglo XXI, al menos en España, hemos vivido una política de gestos, que es lo único que diferenciaba entre el progresismo de derechas que pretende Rajoy y al progresismo de izquierdas que representa Zapatero. Por encima del apellido, ambos son progres, y entre un progre fetén como Zapatero, y un progre con puro como Rajoy, la gente prefiere a Zapatero. Ninguno de los dos piensa, pero el segundo sonríe más.
Así, el Partido Popular ha renunciado a situarse en cristiano como principio básico de su refundación. Es más, trata de alejarse de los principios cristianos que dieron forma al PP y a toda la derecha europea desde la II Guerra Mundial. Ya saben: matrimonio gay sí, pero adopción no. El PP de Rajoy es como un crío aterido de frío empeñado en alejarse de la estufa que podría devolver el color a sus mejillas y la movilidad a sus dedos.
Enfrente está el progresismo de Zapatero, cada vez más convencido de que enderezar la economía es tarea compleja pero decretar el aborto libre, el divorcio- express, la sociedad gay, inundar Cataluña de píldoras anticonceptivas, destrozar embriones en nombre de la ciencia y golpear a la Iglesia en nombre de la modernidad no sólo sabe hacerlo cualquier pinchauvas, sino que incluso tiene su público, especialmente aquellos que no votan a favor de algo, sino en contra de alguien. Además, las víctimas no votan.
Por eso, al PSOE le está saliendo una izquierda que trata de volver a una serie de principios. Lo malo es que el nacionalismo ha absorbido a esa izquierda, al menos en España, cuando en otros países el relevo está siendo asumido por los Verdes.
Al Partido Popular (además de opciones de extrema derecha) le tiene que salir, necesariamente, un partido que defiende los principios cristianos. Y como la marca del progresismo está siendo el laicismo (que no la justicia social), necesariamente ese partido ha de ser confesional. Por decirlo de otro modo, la confesionalidad no es lo propio del siglo XIX, sino del siglo XXI. Y no porque a los cristianos les apetezca ser confesionales (apetecerlo no creo que le apetezca a nadie), sino porque el adversario obliga a los cristianos a ser confesionales (que no clericales). Lo que quiere decir est la Tercera Vía es la confesionalidad. Hay que insistir en que el gran misterio de España es que la práctica religiosa es altísima (recordemos que cerca de 9 millones de españoles pierden una hora en su día descanso para acudir a algo tan humanamente aburrido como la misa), mientras que la presencia política y mediática de los católicos es marginal. Ninguna democracia puede soportar esa esquizofrenia durante mucho tiempo.
Falta, por tanto, un partido que aglutine a los católicos y, ojo, que identifique qué es ser católico en la vida pública. La respuesta surge de las palabras de Juan Pablo II, que lo resume así: vida, familia natural, fronteras abiertas al extranjero y justicia social.
Tampoco es tan difícil. En cualquier caso, escribo antes de que dé comienzo el festival del Partido Popular. Pero, vistos los borradores de ponencias y escuchados los líderes que luchan por el poder, esperar aún que el Partido Popular responda a las peticiones de los cristianos es como esperar buen talante de una feminista.
Eulogio López