Con la excusa de esa exageración llamada Gripe A, todos los enemigos de la Iglesia, incluida la quinta columna, que no deja de ser la más peligrosa, han atacado directamente a la Eucaristía. Si pudieran, prohibirían impartir la comunión por razones de salud, pero por el momento se conforman con pedir que se reciba la comunión en la mano no en la boca.

Al parecer, la introducción en la boca es mucho menos higiénica que depositarla en la mano para luego trasladarla a la boca. ¿Por qué? ¡Ah, no se sabe, pero ya hay curas en Madrid que están prohibiendo la recepción eucarística en la boca, quizás porque son muy 'fisnos', y la excusa de la gripe A les viene al pelo para no mancharse los dedos. Al parecer, Cristo no tiene tales escrúpulos para introducirse en el aparato digestivo de una miserable creatura que hace 60 minutos ha introducido en sus tripas quién sabe qué. La norma universal de la Iglesia ya la conocen: es el fiel quien decide cómo se comulga, si en la mano o en la boca. Personalmente siempre he optado por comulgar en la boca, porque ya me parece bastante anonadamiento el del Creador introduciéndose en mi hediondo y pútrido interior como, para que, encima, antes le obligue a pasar por mis manos sudorosas y torpes, donde pueden perderse partículas del Dios vivo.

El arzobispo de Lima, cardenal Cipriani, al parecer, es de la misma impresión y, por eso, mientras en España la clerecía más moderna, que considera que la ministra de Sanidad del Gobierno Zapatero, la Trini, es depositaria del Magisterio eclesial, del nuevo dios de la salud pública, se ha apresurado a pedir, cuando no exigir, a los fieles que comulguen en la mano. Así, el cura no se mancha con saliva ajena, el fiel no tiene que abrir la boca pero, eso sí, el Santísimo pasa por manos sucias que, además, no cumplen con el protocolo, que también lo tiene, de la comunión en la mano: mano izquierda sobre la derecha, ésta recoge la forma y la introduce en la boca... delante del sacerdote, no varios metros más allá. Viendo cómo se comulga en algunos de nuestros templos uno se pregunta cuántos de los invitados al banquete creen realmente que el pan y el vino se han convertido en Dios, que allí está el Creador, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad.

¿Una quisicosa esto de la comunión en la boca o en la mano? Seguro, pero conviene prestarle atención porque el mundo continúa girando gracias a la Eucaristía, y tocará a su fin cuando alguien quiera proscribir la Eucaristía o simplemente convertirla en un piadoso símbolo. Esto es lo original de los sacramentos, que son signos, no símbolos.

Tranquilos, el Eulogio no se ha vuelto loco -en cualquier caso, no más de lo que ha estado siempre, me consta-. Sencillamente, como recuerda el gran Leonardo Castellani, o creemos en la Parusía o no somos cristianos, por aquello de que el Credo, una antigualla, sin duda, insiste en aquello de que de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos. Y, por el momento, el Credo no ha sido derogado, aunque se empeñen en ello algunos deanes, curiales y archipámpanos de la cosa clerical. Los que mandan en el Cuerpo Místico no son los clérigos, sino los obispos y éstos en comunión con el Papa. Afortunadamente.

Eulogio López

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