Las empresas se parecen más a los cigarros que a los automóviles. Cuando empiezan a consumirse lo más inteligente no es repararlos sino cambiarlos por uno nuevo.
Pero no es éste el signo de los tiempos. Al parecer, todas las medidas que se les ocurren a los gobernantes del mundo libre consisten en utilizar dinero de los particulares -el dinero público no existe- para salvar bancos y empresas, incluidos los intermediarios bursátiles y las empresas apalancadas que nos han llevado a la ruina.
Veamos: con 4.000 millones de dólares no relanzamos Chrysler. Sólo le salvamos del cierre. De los bancos de Wall Street mejor no hablar: hubiera sido mucho más baratos cerrarlos los actuales y abrir otros nuevos.
Con todo, lo más grave es que el dinero de los particulares se emplee para salvar a los intermediarios, es decir, a bancos y empresas. Si hay que repartir dinero de todos, que el flujo transcurra desde el Estado, que vaya desde el Estado, dinero de todos, a todos los ciudadanos, en su formato familiar o de autónomo.
Y antes de poner demasiados parches, mejor crear empresa. Debemos acostumbrarnos a que los grandes bancos y las grandes empresas pueden y deben quebrar. Porque lo que estamos haciendo hoy corre el riesgo de crear el peor de los precedentes: el de las personas trabajando para las instituciones sean privadas o públicas. Debería ser al revés.
Y si ésta es la nueva economía, me quedo con la antigua.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com