El presidente del PP, Mariano Rajoy, anda metido de lleno en un proyecto de reforma electoral, que se ha convertido en el eje del dicharacho político español. Nacionalistas y pequeños partidos le acusan de querer acentuar el bipartidismo, aunque la estrella del proyecto es otorgar el gobierno a la lista más votada, al menos en ayuntamientos y autonomías.
Y como el mejor predicador es Fray Ejemplo, lo primero que ha hecho el PP es incumplir su propio precepto en Canarias, donde la lista más votada fue la socialista, pero donde el PP va a gobernar en comandita con CC. Exactamente lo mismo ha hecho el PSOE en Mallorca, donde la lista más votada era la de los populares. Para que no falte de nada, en Cantabria se reedita el gobierno social-regionalista entre el segundo más votado para el tercero, con presidencia para el tercero, mientras en Navarra la llave la tiene el socialista Fernando Puras, medalla de bronce. Y así sucesivamente…
No es mala idea la de la lista más votada mientras esto no signifique que todo el poder vaya a parar a esa lista más votada. Porque regeneración política no significa estabilidad, ni mayoría absoluta, que es lo que pretenden el PP y el PSOE. Por eso Rajoy apuesta por aplicarlo sólo a ayuntamientos, al menos en una primera etapa. No, que gobierne el que más votos ha obtenido del pueblo significa que lo haga, si es preciso, en minoría. O eso o el sistema italiano, el país electoralmente más avanzado de todos. Los italianos se han dado cuenta de dos cosas: que la fragmentación ideológica del siglo XXI no casa con mayorías estables y que las ideologías del s.XX (socialismo, comunismo, conservadurismo…) no sirven en el s. XXI. Por tanto, han invertido el proceso: no empiezan por el partido y acaban por el programa, sino que empiezan en el programa y acaban en el partido. Así, eran 18 partidos los que apoyaban a Romano Prodi y 22 los que estaban tras Silvio Berlusconi y en ambas listas figuraban, por ejemplo, formaciones socialistas y formaciones democristianas. Sencillamente las dos megacoaliciones habían comenzado acordando una especie de manifiesto, una serie de principios inalienables y no negociables. A partir de ahí se reparten los puestos de gobierno según los votos adquiridos y sin violentar los precitados dogmas del manifiesto, cada uno administraba la parcela que le había tocado, de gobierno o de oposición, según su propia ideología.
En cualquier caso, el cambio electoral al que propende Rajoy no puede acabarse en la lista única. Cuando menos, una regeneración del sistema contemplaría los siguientes puntos: Listas abiertas, supresión de las barreras de entrada y reducción de la proporcionalidad electoral, para evitar que un voto en Soria valga como cinco en Madrid. Junto a eso, la reducción del número de instituciones públicas, verdaderamente alucinante, que existen en nuestro país. Lo demás es una broma.
Eulogio López