Como estrategia política no está mal. Tras la entrevista mantenida esta mañana por el Presidente de España, José Luis Rodríguez Zapatero, y el de la Comunidad Autónoma vasca, Juan José Ibarretxe, aún está mejor. El caso es que el presidente del Partido Popular, Mariano Rajoy, ya habla de patriotas y, en nombre de ese patriotismo español, le exige a Zapatero que no ceda un milímetro en la unidad de España, que no negocie con ETA ni con partidos ilegalizados: que no juegue con las cosa de comer. Y don Mariano, más amigo de la reflexión que del trabajo (profunda reflexión, naturalmente) ha descubierto el camino para espabilar a su adormecido partido : convertirse en patriota español.
Insisto, como estrategia no está mal. Zapatero es un masoncete bobalicón y bastante rencoroso, un aprendiz de brujo incapaz de decir ¡Basta! Para Zapatero, el Islam no es un adversario, la decadencia demográfica no es preocupante, los nacionalismos radicales son asumibles si se contrapesan con la unidad supranacional europea. El único adversario, el único reto, lo que vedadamente odia, el enemigo al que no hay que proporcionarle ni agua, es el Partido Popular y, en particular, Aznar, un personaje que no ya no es nadie, pero que le despierta odios africanos. Sólo así se explica que Zapatero se haya negado a pactar con el PP para gobernar conjuntamente en Euskadi.
Y así, ante el empecinamiento nacionalista, cuyas reclamaciones no tienen límite y la blandenguería interesada del Mister Bean monclovita, a Rajoy se le ha ocurrido la gran idea: subirse a la tribuna del Parlamento y gritar. ¡España está cerrada! En breve veremos a un Mariano (aún no se atreve, porque los hechos generan personalidad) afirmando que no hay nada que cambiar en los actuales estatutos de autonomía. Que están muy bien como están. No sólo no al plan Ibarretxe ni al proyecto Maragall: simplemente no a todo. Que me quede como estoy. E insito : será un gran éxito político, porque hay muchos votantes, también del PSOE, que no aguantan ni al señor Ibarretxe y a los que se le nubla la visa cada vez que contemplan el rostro sonriente de Carod-Rovira.
No empleó el señor Rajoy tanto entusiasmo a la hora de oponerse, por ejemplo, al divorcio-express, al matrimonio gay, a la supresión de la asignatura de educación, a la administración gratuita de la píldora del día después, a la blasfemia programada a través de los medios públicos de difusión, al entreguismo de toda nuestra industria a Francia, con la consiguiente pérdida de puestos de trabajo. No, lo único que importa es la unidad de España, que no está mal como principio, no, pero que no puede ser el primero de los principios. El principio primero de España y de toda Europa es el principio que fundó España, en pugna de 700 años con el Islam, así como el conjunto de Europa: el Cristianismo. Una España unida, sí, pero ¿para qué? Mejor dicho : ¿unida alrededor de qué? Pero hombre, si el abandono de esos principios cristianos ha sido la causa de que los españoles vayamos a desaparecer por consunción, dado que nos negamos a tener hijos y renunciamos a nuestra identidad cristiana. ¿Unidad de España? ¿De qué España? ¿Cómo se puede mantener la unidad de un organismo que tiende a desaparecer?
En definitiva, el líder de la oposición sigue el camino que le marcan Federico Jiménez Losantos y Pedro J. Ramírez. Es la gran confusión, la que surge al identificar los objetivos de la Iglesia con los del Partido Popular. El PP sólo trata de volver a La Moncloa, mientras la Iglesia trata de darle la vuelta a la sociedad. Jiménez Losantos no trabaja para la Iglesia, que es la que le paga en la COPE: trabaja para el PP y para su propio engrandecimiento personal. El caso de Pedro J. Ramírez es más sincera: sólo trabaja para su engrandecimiento personal. El camino de estos dos referentes intelectuales de la derecha, como gustan llamarse, aunque algún satírico sospecharía que a la denominación le sobra el adjetivo intelectual, es lo que he llamado tendencia al fascismo, propio de gente que ha dejado de creer en Cristo y ya sólo creen, sincera o interesadamente, en su nación, o su patria. El PNV, CiU, ERC o el PCTV participan de este tipo de fascismo. El PSOE no, porque se aferra a su progresismo del pasado, y a los comunistas aún les quedan viejos rescoldos de aquel principio moral (sí, moral) que era la justicia social.
Pues bien, esa es la deriva que adopta Rajoy. Porque la defensa de la unidad de España es algo magnífico... siempre que se inserte en la identidad española, que no es otro que el catolicismo, es decir, algo lejano todo colectivismo y a todo puritanismo calvinista (o capitalista, que viene a ser lo mismo). Por eso, no defender al niño no nacido y defender la unidad de España es una contradicción que acaba por caer... aunque no niego que se trate de una buena estrategia política a corto plazo por mor de las dos razones antes expuestas: la insensatez del zapaterismo y la pesadez, a veces asesina, de los nacionalismos.
Al final, Rajoy comprenderá, como comprenderá la sociedad, que sólo volviendo a los principios morales puede crear unos principios políticos lógicos. Pero, para entonces, no sé si será jefe de la leal oposición. A lo mejor, los cuasi fascistas prefieren a un fascista puro, como mandan los cánones. Un tipo duro, poco amigo de pactos y más fiado del palo y tentetieso.
Pero insisto, la estrategia es buena. Por de pronto, ya ha obligado a Zapatero a fiarse de los sabios consejos de su antecesor Felipe González, y no jugar con la unidad de España. Pero no le durará mucho. Cuando el PP llegó a La Moncloa, en 1996, Álvarez Cascos preguntó a Aznar:
-¿Cuál es el objetivo de este Gobierno?
A lo que el Presidente respondió:
-Durar.
Zapatero es igual. Ve la política como el arte de durar... de permanecer, precisamente él, en la Presidencia del Gobierno. Adora La Moncloa y considera como Giulio Andreotti, que el poder desgasta mucho... especialmente al que no lo tiene. Por eso, Zapatero, tras una etapa de aparente dureza, el progre Zapatero volverá a ceder ante los nacionalistas progres. Aún así, ese no es el camino de Rajoy, si es que D. Mariano quiere algo más, aparte de alcanzar el poder.
Eulogio López