No, no hablo del mal menor, sino del mal peor. Es la nueva moda teológica, el último grito en los estamentos eclesiásticos de primerísimo nivel. Palabra que no me invento nada. En mis manos ha caído un documento sobre esta nueva doctrina, que alcanza todas las cuotas de diarrea mental teológica o moralista.
Es más, en un documento que ha llegado a mis manos, de cierta orden religiosa de cuyo nombre no quiero acordarme, se nos advierte que es más grave refocilarse con una casada que con una soltera, porque en el caso de la primera, a la pena del fornicio se le une el daño de escándalo en la susodicha infiel, y el daño contra la justicia del marido cornúpeto. Ergo, dónde vas a parar, lo de la cana al aire con la matrimoniada es un mal peor que el revolcón con la soltera. Ni comparación.
Naturalmente, los teólogos del mal peor no exponen estos descubrimientos teólogos con la vulgaridad del abajo firmante, pero creo que mi exposición, ordinaria, sin duda alguna, presenta correctamente los principios fundamentales de la nueva y pujante doctrina.
Una vez que usted, ¡oh, terco lector!, haya superado la carcajada inicial, lo que podríamos llamar la reacción primera (creo que en lenguaje teológico se llama prima primi, pero no me hagan mucho caso), conviene tomarse en serio la teología del mal peor, porque podrán ustedes identificarla en un montón de cuestiones de actualidad. Por ejemplo, en el caso del condón. El ilustre secretario de la Conferencia Episcopal Española, Martínez Camino, al igual que el teólogo vaticano Goerge Cottier, han coincidido en la tesis del condón. La cosa está clara. Se agarra la doctrina del mal peor y se razona (bueno, o así, que dijo un vasco) de la siguiente forma: con el preservativo evito la vida, la concepción, el niño. Pero con el preservativo también evito el contagio del sida (no es cierto, pero no interrumpan: a los teólogos no les interesa la verdad, sólo el argumento), es decir, evito la muerte. Por tanto, hay que ponerse el condón.
Ensabanarse con una casada está mal, por lo que no debe hacerse. Ahora bien, es mejor ensabanarse con una casada que con dos. Por tanto, puestos a evitar el mal peor, acostémonos con la soltera.
Y así podríamos seguir indefinidamente y con mucha paz. Por ejemplo, atracar un banco está mal, pero atracar dos bancos es un mal peor, por lo que la opción lógica y permisible es atracar uno. Defraudar al Fisco no está bien, pero robarle el sombrero de la limosna a un pobre es peor: defraudemos a Pedro Solbes.
Estamos en pleno proceso de diarrea teológica y moral, producto, sin lugar a dudas, de un colon irritado. Así que, en correcta aplicación de la doctrina del mal peor, sólo cabe una alternativa: matar al teólogo o morirnos de la risa. En principio, aunque no estoy muy seguro, el mal peor es el primero, por lo que debemos optar por lo segundo. Además, es mucho más divertido.
Eulogio López