La aceptación del aborto como un hecho natural, hasta como un derecho, es quizá uno de los fenómenos que reflejan con más claridad el predominio del individualismo sobre la solidaridad.
Asombra que siga siendo objetivo de la izquierda civilizada o socialdemocracia, aun celado en la pretensión falaz de evitar la cárcel para mujeres indefensas, que recordémoslo, en nuestro país, en los últimos treinta años, ninguna mujer ha estado en prisión por haber abortado.
Con datos tomados de dos fuentes principales: la Organización Mundial de la Salud y el Guttmacher Institute, vinculado a la propia OMS, un reportaje de Lorenzo Schoepflin presenta la documentación en un doble plano: datos absolutos y estimación de la llamada tasa de abortividad, proporción entre el número de abortos provocados por cada cien nacimientos. En el planeta, estaría en torno al 30%, es decir, más de uno de cada cuatro embarazos es interrumpido violentamente, según un análisis realizado por S. Bernal.
Sin duda contrasta que el predominio del individualismo se dé especialmente en países en los que durante años ha predominado la socialdemocracia. La novedad puede provenir de uno de ellos puesto que pronto puede extenderse una novedad introducida en Suecia, que marcaría el ápice de la eugenesia aparentemente natural: la autorización de abortos porque el hijo no es del sexo esperado, aunque no tenga problemas de salud.
¿No le parece, Sr. Director, que tenía razón Julián Marías cuando consideraba que la aceptación social del aborto era, sin excepción, lo más grave que había acontecido en el siglo XX? Sobran palabras ante la hecatombe provocada por la cultura de la muerte, que no es precisamente una opción de progreso.
Suso do Madrid