¿Han hecho bien los príncipes de España, don Felipe y doña Letizia, al enviar el cordón umbilical de su hija doña Leonor a un banco norteamericano, por lo demás privado? Respuesta: Sí señor, han hecho muy bien. La utilización de las células madre del cordón umbilical para desarrollar tejidos compatibles con el niño y poder injertar células es algo estupendo, terapéutico, etc. Lo que no es estupendo, y además no ha curado nada, aunque a cambio ha demostrado una tendencia a degenerar en tumores cancerígenos, ha sido la utilización células madre, es decir, con capacidad para reproducirse, embrionarias. Esta segunda es una actividad más bien poco ética, por la sencilla razón de que hay que matar a un embrión mejor, a muchos embriones-, es decir, a un ser humano inocente e indefenso, sin que por el momento se haya conseguido curar a nadie con ello (aunque el éxito se espera a cada instante). De hecho, las técnicas que tanto gustan al Gobierno español y a otros políticos descerebrados, no son más que una frustración permanente, cuando no una sarta de engaños realizados por prestigiosos científicos, o PCs.
Por el contrario, guardar el cordón umbilical es una manera de desarrollar tejidos en el futuro para que se beneficie el propietario de dicho cordón, algo que llevan realizando doctores norteamericanos desde tiempo atrás. Eso sí, resulta que en España no estaba regulado, más que nada porque los enemigos del hombre, por ejemplo, nuestra ministra de Sanidad, Elena Salgado, han regulado con premura todas las aberraciones que sirven para destripar embriones, pero se olvidaron de las células madre.
Así que la polémica por la decisión de sus altezas no es más que una coña marinera. Al parecer, molesta que no lo hicieran en España -¿cómo iban a hacerlo, si no estaba regulado?- y no en el pérfido imperio, y al parecer, molesta también que lo hicieran en un instituto privado, en lugar de público.
Esto último es buenísimo, algo parecido a decir: no puedo permitir que un particular con ánimo de lucro, me pegue un tiro en la calle; otra cosa es que lo hicieran las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado que, como sabido, actúan en nombre del Parlamento soberano y a las órdenes de un Gobierno elegido por el pueblo en unas elecciones democráticas. No se puede ni comparar.
Veamos, es cierto que una actividad de este tipo, casi siempre a largo plazo, debería utilizarse con un mínimo control. Pero todos los controles públicas no podrán impedir la pieza clave, que es, justamente, la que el PP primero, ahora el PSOE, y todo el Imperio de la Muerte, intentan ocultar: que la utilización células madre adultas es algo estupendo y que la utilización de células madre embrionarias es una canallada, probablemente, la mayor matanza de seres humanos de la historia, porque esto no ha hecho más que empezar.
La disyuntiva no es ni público-privado, ni nacional-extranjero; la disyuntiva es vida o muerte. Mientras tanto, lo que se vive es una ceremonia, interesada y homicida, de la confusión. Por cierto, no todo el mundo calla, como afirmé recientemente. En ese momento, me escribió el promotor de Médicos Católicos de Cataluña, José María Simón. Es de justicia recordarlo.
Y la confusión no acaba ahí. Existe un verdadero intento, especialmente entre la derecha progre, para tergiversar la doctrina de la Iglesia en materia de utilización genética, como si el magisterio no tuviera las ideas claras o al menos existiera corrientes enfrentadas dentro de la Jerarquía. No sé si existen, pero el Magisterio es uno : es lo que dice el Papa o los obispos en comunión con el Papa. Así, se silencian interesadamente los documentos pontificios, cada día más numerosos, en la materia, se acalla a monseñor Sgrecia, la máxima autoridad de la Iglesia católica en estas cuestiones, quien ha afirmado, una y otra vez, que la persona comienza con la concepción (punto en el que coinciden ciencia e Iglesia, dado que la identidad genética individuada, distinta del padre y de la madre, comienza justamente entonces). Incluso silencian a Benedicto XVI, quien afirmaba el pasado 27 de febrero que Dios ama al embrión, una frase que debería resultar definitiva para cualquier católico.
Y es que no hay peor sordo que él que no quiere oír.
Eulogio López