Ya conocen ustedes aquella historia que se nos contaba de pequeños, cuando todavía se nos contaban historias: la mujer lenguaraz que fue a confesarse con San Felipe Neri de haber difamado (a mí me la contaron como difamación, que no como calumnia) a una vecina. Neri le impuso como penitencia trocear un viejo paño y esparcir los pedazos por las calles de Roma. Volvió la penitente y el santo, un pelín cachondo, a mi parecer, le exigió que los recogiera uno a uno y recompusiera el paño. Imposible, objetó la mujer. Como imposible afirmó Neri- es que tú ahora devuelvas el honor que le has robado.
Con la confusión y, pasando de lo genérico a lo concreto, con el escándalo, ocurre algo parecido. El daño, es decir, el escándalo, producido a primera hora de la tarde del martes 18 por el secretario portavoz de la Conferencia Episcopal Española, con su afirmación de que el condón es poco menos que un mal menor, naturalmente en un contexto general de la lucha contra el Sida, no se entendieron, lo que quiere decirse que se entendieron hasta demasiado bien. Y así, el asunto fue aprovechado por la prensa anticlerical (no, no es una reiteración, harina de otro costal sería referirse a prensa anticristiana), para montar el show. Ahora, no vale decir que la Iglesia ha puntualizado : la Iglesia ha negado, condenado y desautorizado las palabras de Camino. Al menos, la Jerarquía eclesiástica con mayúsculas: el Papa y, por su boca, el cardenal Alfonso López Trujillo.
Simplemente, el padre Martínez Camino metió la pata hasta las corbas. Pero es que, además, se necesitaron 24 horas que en la sociedad mediática es una eternidad- de reuniones, y de presiones, para emitir un comunicado light, que será utilizado por la multinacional del látex (¿O de qué creemos que estamos hablando?), para mantener el equívoco de que la Iglesia, al menos la Iglesia progresista, está con la ciencia, mientras que la Iglesia cavernícola está con quienes ustedes saben.
Que los medios clericales se empeñen en echarle la culpa al Gobierno es bastante cachondeable. Servidor está dispuesto a apuntarse a cualquier batalla contra el Ejecutivo Zapatero, siempre que no se juegue con la verdad, porque la verdad es muy vengativa. No, señores, por una vez, y sin que sirva de precedente, la culpa no la tiene Zapatero (parece increíble, ¿verdad?), sino un portavoz que ha echado por tierra el Catecismo, supongo que porque hay que ser muy duro, muy fuerte y muy entero, para vencer la presión ambiental que te sopla al oído : ¿Ni tan siquiera el condón?
El Gobierno socialista, y lo siento de veras, no ha hecho más que seguir los dictados de la progresía, lo mismo que hizo el Gobierno Aznar. Durante el mandato Aznar, el número de abortos se duplicó en el país y España se convirtió en el paraíso del aborto en medio de un estruendoso silencio de la jerarquía eclesial y de ciertos movimientos cristianos, digamos con solera. Durante el periodo Aznar, penetró en España la píldora abortiva, con el aplauso de Ana Botella, la misma que ahora reparte la píldora del día después entre los adolescentes a espaldas de sus padres. Las multinacionales farmacéuticas, así como las distribuidoras (por ejemplo, Alcalá Farma), se están forrando con dinero público. Al parecer, nadie ha explicado a Ana Botella que la píldora post-coital constituye el mayor ataque (aunque no más que la insensatez de las bodas gays) contra la familia, porque destruye la patria potestad y banaliza el amor humano de dos inmaduros hasta lo irreversible. No es de extrañar que todo el lobby del nuevo orden internacional tenga como prioridad absoluta, dentro de los llamados derechos reproductivos (que no son otra cosa que el derecho al aborto y similares), forzar a los Gobiernos a distribuir la píldora del día después.
Y fue el Partido Popular quien abrió el melón de las bodas gays, bajo el sobrenombre de las parejas de hecho (¡Qué cosas, ya no se habla de las conocidas parejas de hecho, era una trampa para colarnos el matrimonio y la adopción gays, así que ha dejado de ser útil a la causa!), en las Comunidades Autónomas donde gobernaba.
Y fue el Partido Popular quien abrió el matadero de embriones humanos, con el aplauso, ¡ay!, de Martínez Camino.
Mientras tanto, cierta clerecía defendía más al Partido Popular que a la Iglesia, defendía más la unidad de España que la confesión y la Eucaristía, y se preocupaba más de los patronos de la educación que de la libertad educativa (que consiste en entregar el poder a los padres, a través del cheque escolar, y no en los conciertos), y convertía sus escasos altavoces mediáticos en portavoces de lo políticamente correcto y de la derecha, a veces más reaccionaria. Y todo ello en medio de una confusión doctrinal en donde la herejía se entiende mejor que la Doctrina del Magisterio, explícita aquella, siempre matizada y puntualizada ésta. Porque no se trata de estrategia, sino de la verdad; no se trata de salir del paso, sino de no escandalizar a la grey. A mí mismo, sin ir más lejos.
Que no. Que las rectificaciones o son o no deben ser. Que si no son claras, concretas y concisas no hacen más que confundir, y para eso mejor no emitirlas. Y que el Gobierno Zapatero no ha tenido ni pena ni gloria en este asunto. Nos lo hemos buscado nosotros solitos.
Ahora hay que ser caritativos con Martínez Camino, pero antes hay que ser caritativos con los 30 millones de españoles que se confiesan católicos, y aclarar el equívoco. Muchos periodistas católicos han llamado a altos dignatarios eclesiásticos, aturdidos por la salida de pata de banco de Camino, pero no han querido aclarar las cosas. La respuesta tenía que ser colectiva y oficial. Lo cierto es que el padre Martínez Camino no tenía ninguna autoridad para hacer lo que hizo, pero sus palabras fueron entendidas como oficiales. En cuestión de minutos, sus declaraciones recorrieron el mundo entero, y los medios prestaron más atención a esas palabras que al mortecino y tardío desmentido. En todo este rifirrafe, no ha faltado un rincón para la ironía. Una periodista habló con un portavoz (asimismo autorizado, pero en conversación no oficial, ¿comprenden?) del Opus Dei. Con la tranquilidad que da la confianza y el off the record, naturalmente traicionado por la periodista (todavía hay algunos ingenuos que creen en el off the record), el portavoz decía algo muy sensato, que la opinión de Camino no le interesaba lo que se dice nada, y que esperaban algo por escrito, es decir, oficial.
Y es que recoger todos los trozos esparcidos del paño va a resultar difícil, pero, al menos, hay que intentarlo.
¡Qué no, que Zapatero esta vez no es el culpable! ¡Y bien que me fastidia!
Aprendamos de los errores:
1. Con la doctrina no se negocia, con los intereses sí.
2. La Iglesia debe reaccionar con más premura ante sus errores y el portavoz es siempre el que tiene el poder en la sociedad de la información. Es decir, que los portavoces naturales son los obispos.
3. En contra de lo que pueda parecer, la fidelidad al Magisterio cosecha críticas en el mundo (también en El Mundo, de Pedro José Ramírez), pero también vocaciones. Además, el mundo acaba por diluirse y cambiar, si la Iglesia permanece.
Y lo que no es menos grave: ¿Estamos ante un error o ante un horror? Resulta tan extraño ver a un portavoz lanzarse al vacío sin paracaídas que cabe sospechar si Martínez Camino hablaba por sí mismo o alguien le aconsejó que lo hiciera. Porque, entonces, estaríamos hablando de otra historia. Porque, claro, si no estuviésemos ante un error sino ante un horror, habría que situarlo dentro de la campaña de cierta clerecía por dividir a la Iglesia en dos: la Iglesia de rostro amable, moderna, dialogante, que sabe pactar con los Gobiernos, y la Iglesia hosca, fundamentalista, imposible.
Y así, piano piano, nos encontramos con que el cardenal Rouco ha comprometido su reelección al frente del Episcopado. Y ya puestos, he apostado varias veces por la desaparición de la Conferencia Episcopal, pero eso no quita que a ese sector de la clerecía no le guste que la Conferencia desaparezca: prefiere controlarla. Porque así, entre nosotros, todo el mundo toma postura para el futuro Cónclave... como quien dice.
Por cierto, no olvidemos la cuestión de fondo. No la doctrinal, no; hablo de las intenciones últimas de las campañas para generalizar el uso de gomas entre los jóvenes. No olvidemos que el condón no es un medio para evitar el Sida, sino para evitar el niño.
Eulogio López