Hay dos gran bretañas, dos reino unidos, dos inglaterras (denominación reductora). Una, la del pelele de David Beckham, que se cuelga rosarios sobre el torso porque es incapaz de distinguir entre lo sagrado y su propia persona (dos conceptos equívocos en su mente), y la otra la que proporcionó la corriente de Oxford: ese grupo de pensadores y escritores que han conformado la mayor oposición al relativismo nacido en el siglo XIX: John Henry Newman, Gilbert Chesterton, Hilaire Belloc, C. S. Lewis y JRR Tolkien. Todos ellos son el antimodernismo y nos han hecho disfrutar de lo lindo, han sacudido nuestro complejo hasta la progresía y nos han enseñado el camino de la jovialidad. Inglaterra no sólo es Beckham; también es el Grupo de Oxford.

 

O lo ves así, o tendrás que concluir que Reino Unido es un país decadente, de cuyo imperio ya no quedan ni las viejas canciones. De la Gran Bretaña sólo perdura la frase de un irlandés, Oscar Wilde, que no puede introducirse en el grupo de Oxford: "El infierno es un lugar donde el cocinero es inglés".

 

Por su parte, el primer ministro británico, Tony Blair, un mariposón entre la izquierda y la derecha clásicas que se ha  quedado en el anticuado centro reformismo, ha dado el visto bueno para que Reino Unido se convierta en el primer país que comienza a experimentar la clonación terapéutica. Fue en Oxford donde se inventó aquello de "Snob", que significa "sin nobleza". Este es el problema, Gran Bretaña es una zona del mundo que ha perdido la nobleza, que se guía por el viejo código de la decadente aristocracia de Eton, cuyo primer mandamiento era no mostrar sorpresa por nada y cuyo fin consistía en morir de aburrimiento.

 

Habrá que recordar que la clonación terapéutica no es mejor, sino peor, mucho peor, que la clonación reproductiva. Al menos, esta segunda, quizás imposible, quizás monstruosa, no conlleva el homicidio.

 

Porque en los albores del siglo XXI estamos viviendo una temporada muy similar a la que sufrieran Chesterton, durante los primeros compases del siglo XX, en la época previa a los totalitarismos nazi-fascistas y comunistas. También entonces el científico se convirtió en el ser más admirado. Para ser exactos, el científico positivista era el único sabio existente, y todos los demás, filósofos, humanistas, escritores, eran unos cantamañanas llamados a perecer ante la irrupción del nuevo líder.

 

La cosa acabó en las leyes eugenésicas inglesas de los años 20 (precisamente el Reino Unido se mantuvo como una democracia gracias a que las leyes no cuajaron), en el Instituto Familiar de La Raza, creado por Hitler, y su proyecto de racismo de bata blanca y esterilizaciones masivas, y a la ingeniería social de Stalin, especialista en trasladar masas humanas de un sitio a otro. 

 

Pues bien, ese clima cientifista es ahora genético. Por ejemplo, informa el Diario Vasco que la Kutxa, o caja de ahorros de Guipúzcoa, una de las más importantes entidades de ahorros españolas, controlada por el nacionalismo vasco (si Arana levantara la cabeza, muchachos), está dispuesta a financiar (http://www.elcorreodigital.com/vizcaya/pg040616/prensa/noticias/Portada_VIZ/2004), bajo el paraguas del Gobierno Vasco, un centro para investigar con células madre. Lo de células madre es otro engaño. Ya saben: están hablando de células  madre embrionarias no adultas, es decir, están hablando de destruir embriones que cuentan con su propio genoma humano, es decir, que son hombres.

 

Y el Banco Bilbao Vizcaya Argentaria (BBVA) apoya con entusiasmo la idea. Francisco González, el hombre colocado al frente de la segunda entidad del país por el Gobierno Popular de José María Aznar, calienta motores. Por ejemplo, la revista interna de la entidad, Ábaco, lanza la apología de Juan Carlos Izpisúa, el científico que ama tanto Estados Unidos que está deseando volver a España para poder destripar embriones españoles, que tiene mucho más morbo. Ábaco no hace una entrevista, sino una apología de este bata blanca que, por si acaso, ya se empieza a curar en salud: "Con las célula madre se ha exagerado: no hay que dar falsas esperanzas de curación". Naturalmente que se ha exagerado, especialmente usted, señor Ispizúa. Ahora que se ha conseguido cloroformizar a la sociedad para la gran matanza, ahora que se ha conseguido que la progresía dominante, la clase política y económica, apoye la gran matanza, es entones cuando nos comunica que, a lo mejor, no se cura ninguna de esas enfermedades, cuya terapia se había prometido a costa de cargamos a los seres humanos más indefensos.

 

Hoy, como hace 90 años, los científicos de bata blanca son los únicos que tienen algo que decir. Los demás son unos cantamañanas. El problema de los científicos es que les preocupa mucho la humanidad, pero muy poquito el hombre. Al final, no hay credo más humillante, lacerante y esclavista, que el credo cientifista. Es el camino hacia el totalitarismo. De la mano del modesto Izpisúa.

 

Eulogio López