Tras un profundo análisis de la trayectoria del juez Javier Gómez Bermúdez (en la imagen) he llegado a la conclusión -científica, 'of course'- de que a este buen señor no le mueve ni la ambición profesional, de la que anda sobrado, ni la codicia, de la que no sé si anda sobrado o escaso. Lo que le mueve es el irrefrenable deseo de llamar la atención, de ser la novia en la boda, el niño en el bautizo y el muerto en el entierro.
Menos mal que nunca he creído en la justicia humana, sólo en la divina. De otra forma, podría sufrir una crisis profunda de identidad.
Gómez Bermúdez ha decidido poner en libertad a dos de los tres grapos detenidos (el cuarto ya estaba en el trullo). Y con una fianza mínima. Ya he dicho que lo que más me aterra de este caso es el silencio miserable de los secuestradores, durante 17 años, una verdadera tortura con trazos de eternidad, lo que dio lugar a calumnias sin cuento, que se hubieran solucionado con un chivatazo anónimo. ¿Cómo se puede vivir cuando sabes que estás ocasionando un dolor inmenso e intenso al honor del muerto y al corazón de los vivos?
Con estos tipos, según su señoría Bermúdez, no hay peligro de fuga. ¿Cómo se sentirán los guardias civiles que emplearon tanto tiempo en detener a los verdugos de Publio Cordón? Respecto a la familia, la hija de éste ya lo dejó bien claro: "O se cambia la ley o se cambia al juez". Y a lo mejor resulta que hay que cambiar a ambos.
Creíamos que teníamos a un juez-estrella, llamado Garzón, pero Bermúdez puede superarle. Hay dos tipos de magistrados: los que aplican la ley y los que aplican la justicia. El problema es que la ley es una obra pasada, muerta, y si fuera tan objetiva o perfecta, una máquina la aplicaría mejor que un ser humano. La justicia, por el contrario, depende, no de los conocimientos legales, sino de la conciencia individual. Por eso el llamado Estado de Derecho no existe, lo que existe es la recta conciencia, o la derecha conciencia, si ustedes lo prefieren.
Ocurre con la libertad condicional de los secuestradores grapos algo parecido a lo del presidente del Tribunal Constitucional, Pascual Sala, cuando justifica la legalización de todos los grupos políticos proetarras, con la ley en la mano. Vistos los resultados, uno diría que esta justificación resulta poco científica, dado que la aplicación empírica de la ley, es decir, las consecuencias de las sentencias del Tribunal Constitucional, están a la vista de todos: los proetarras en el poder. Y es que no hay nada más científico que la conciencia. Es lo mismo que ocurre entre la aparente contradicción entre fe y razón. Chesterton respondía que no existe tal contradicción, no porque la fe no sea racional sino porque la razón es dogma de fe.
Pero, no obstante todo lo anterior, no lo duden: el problema de la justicia está en los injustificados viajes a Marbella de Carlos Dívar. Esa es la clave.
Eulogio López
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