Mucho tiempo después de la muerte de la teología de la liberación, queda el resabio. Por ejemplo, el de juzgar a la Iglesia según su capacidad para mejorar el nivel de vida de la gente, olvidando el mensaje del fundador: no sólo de pan vive el hombre.

El hombre que, bajo el mando de Juan Pablo II, dio el golpe de gracia a aquella peligrosísima doctrina en teoría liberadora –patentada en Europa y aplicada en Iberoamérica- y en la práctica liberticida, fue Joseph Ratzinger, ahora Benedicto XVI. Cuando en cierta ocasión le preguntaron por su labor respecto a Hispanoamérica, explicó: "Mi postura es la de hacer que las personas que están en la miseria sean capaces de hacer algo por sí mismas y se conviertan en una capa social que tengan un peso dentro del Estado y puedan enfrentarse a ciertos poderes".

Los jóvenes de la JMJ madrileña, y los adultos también, todos los católicos, corremos el riesgo de convertir la fe en una ideología política por la rumbosa senda de la liberación.

Y es que el concepto de pobreza resulta esquivo, y no se entiende –error de tantos economistas- sin cimientos morales. Por ejemplo, sin la verdad, primero, y sin la libertad, después… y ambas antes de la necesaria justicia social. Sin esa verdad y sin esa libertad personal, los pueblos están condenados a la miseria, sea ésta provocada por el comunismo de Moscú o por el capitalismo financiero de Wall Street.

Pero, además, las formas de vida provocan tanta miseria, y tanta amargura, como las ideologías. Escuchemos de nuevo al entonces futuro Papa: "La miseria creciente de las grandes ciudades es un fenómeno de los últimos cincuenta años. Antes la gente era pobre. Vivía en el campo pero en una sociedad fundamentalmente agraria, tenía su lugar en la vida. Luego, la irrupción de la industrialización, que a esos países (hispanos) les llegó de forma abrupta, si ninguna preparación y sin una clase media ilustrada, provocó el éxodo rural y dio lugar a esas ciudades de 5 millones de habitantes realmente destructivas, en las que apareció una forma completamente nueva de miseria".

Y, la verdad, no tengo mucho más que añadir.

Eulogio López

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