Charla con una buena amiga: varios títulos académicos, intelectual, vida muy normal, esposa y madre de familia y defensora, incluso un punto pelma, de los derechos de la mujer. Comienza atacando :
-Este buen señor podía haberse callado. Sobre todo, sabiendo cómo son los moros.
-¿Te has leído el discurso de Ratisbona?
-Pues no, pero por algo será que el Papa ha pedido perdón.
-El Papa no ha pedido perdón, porque no tiene por qué pedir perdón.
-¡Ah claro!, se me había olvidado que es infalible.
A partir de ahí, decido dar por concluida la conversación. Uno es amante del diálogo, pero cuando alguien adopta la famosa ecuación Cara, yo gano; cruz, tu pierdes, debe emplearse el tiempo en mejores cosas. Es como debatir con una pared.
Es el esquema imperante en Occidente. Los feministas y feministos, como el feministo Juan Luis Cebrián, corren presurosos en socorro del Islam, que lleva humillando a las mujeres desde hace 14 siglos. Esta pose no se desarrolla en la práctica, claro está. Siempre recordaré el viaje que hizo a Jerusalén con un grupo de españoles, todos ellos muy pro-palestinos. Sí, pro-palestinos, pero en el Casco Viejo de la Ciudad Santa, incluso en Belén, entonces dividida por alambradas, los españoles pro-palestinos se pegaban a las fuerzas de seguridad judías que, por otra parte, nunca han sido un derroche de simpatía. ¡Qué cosas!
Pero en la teoría es distinto. En teoría, el Papa, sin saber lo que ha dicho, ha ofendido al Islam, lo que demuestra que el Islam es el bueno y el Papa es un malvado. Una muestra más de que el siglo XXI se caracteriza por un exceso de información que coincide con la ausencia total de información. No es que hayamos leído un resumen sacado de contexto de Benedicto XVI, es que hemos leído en la prensa los comentarios de los resúmenes. Es como aquel juego escolar del teléfono estropeado, en el que diez alumnos se repetían de dos en dos un par de sencillos titulares. Al final, resultaba que el décimo decía una cosa que no tenía nada que ver con lo anunciado por el primero.
Los cebrianitas, es decir, la cantidad de majaderos que han hecho de su Cristofobia el sentido de su vida, no odian el dogmatismo. De hecho, el único dogma que odian es el dogma cristiano.
Pero en las palabras de mi amiga hay algo peor: mira que decir esas cosas sabiendo cómo son los moros. Es un silogismo, por decir algo, muy parecido al de culpar a la violada de la violación porque va provocando. Es decir, no hagas esto porque sea cierto, sino por alguna otra razón. Aún más, y volviendo al tema que nos ocupa:
1. ¿Ha dicho el Papa que el Islam sea violento? No. No sólo no lo ha dicho, sino que famosa cita de Manuel II no era otra cosa que un aporte argumental para recalcar la idea de Benedicto XVI de que la religión no puede expandirse a la fuerza.
2. Independientemente de lo anterior. Si Benedicto XVI hubiese acusado al Islam de violento ¿hubiese mentido? No, no hubiese mentido, como todo el mundo sabe
Por lo demás, Benedicto XVI, insisto, no es que no deba pedir perdón, es que no puede. Su bonhomía le ha llevado hasta el límite mismo al que podía llegar sin faltar a la verdad. Lo que ocurre es que, animados por la prensa occidental, por los Janlis y los de la Alianza de Civilizaciones, la turbamulta musulmana más ignorante, y la otra turbamulta islámica, la que estaba buscando un pretexto para asesinar cristianos, ya tiene un motivo. Falso, pero eso poco importa.
Y lo peor: el linchamiento por ahora verbal- de Benedicto XVI es responsabilidad de zapateros y cebrianes. Si algún día un terrorista islámico logra asesinar a Benedicto XVI, cebrianes y Zapateros condenarán el atentado y recordarán que el diálogo es la única salida a la guerra de civilizaciones. Es decir, que el Papa será culpable de su muerte. Como la Violada: iba provocando.
En cualquier caso, cuidado : el baile ya ha comenzado, porque ahora no se apunta, y se dispara contra los cristianos, Cuerpo Místico de Cristo, sino contra la cabeza, o al menos, contra el vicario en la tierra de esa cabeza. Sí, comienza el principio del fin, aunque no tengo ni idea, quede claro, de la duración de este amargo capítulo final.
Eulogio López