Ahora bien, de vez en cuando José María Aznar acierta. Por ejemplo, cuando asegura que Obama proyecta debilidad. En efecto, es la marca del nuevo estadista: dureza con los amigos blandenguería con el enemigo o, lo que es lo mismo, la tendencia del presidente norteamericano a ser fuerte con el débil y débil con el fuerte, tan propia, también, de Zapatero.
Los israelíes lo saben y son muy conscientes de su fracaso en Iraq (que antes fue fracaso y, error y bestialidad de George Bush, ciertamente).
¿Qué es lo que ocurre en el Gobierno israelí para que se trague esos sapos y se siente a la mesa de negociación cuando sabe todos los obstáculos que van a encontrarse incluso entre sus propias filas?
La razón de la cesión israelí -y ojalá lleguen a buen puerto las negociaciones, aunque luego hay que desarmar a Hamas- es que el peligro iraní es ahora mucho más grave para los judíos, es decir, para Occidente, que el palestino.
En definitiva, el mensaje de Netanyahu, al que aludió durante su breve discurso ante la prensa, a Obama fue que además de conseguir la paz en Palestina hay que pararle los pies al régimen de los ayatolás. ¿De que servirá que se establezca el doble Estado Palestina e Israel si a cambio se permite a Mahmud Ahmadineyad que prosiga su carrera hacia la obtención de misiles atómicos y de coches que los transporten?
En Washington no hay una negociación sino dos. La segunda es la que más preocupa a Netanyahu. Sin el poderío militar norteamericano, los judíos saben que no pueden afrontar una guerra clásica interna con los palestinos y una guerra nuclear externa con Irán.
Eulogio López
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