Es muy distinta la expropiación de Red Eléctrica en Bolivia que la de YPF en la Argentina. Esta es la idea madre de la historia que leemos en todos los medios informativos, así como el mensaje del Gobierno de Mariano Rajoy.

Muy cierto. Por de pronto, Cristina Fernández envió a sus cachorros de La Cámpora a la sede de YPF acompañados de policías por si acaso los pérfidos colonialistas españoles se resistían. Muy distinta ha sido la actitud en Bolivia, donde Evo Morales envió al Ejército boliviano: no es lo mismo.

Luego está lo del justiprecio. Entre el robo de doña Cristina Fernández y el del indigenista Morales hay un trecho, asegura nuestro Gobierno. Doña Cristina nos ha dicho que YPF es suya y se ha quedado con las acciones. Por el contrario, Evo Morales, ha prometido que en 180 días, es decir seis meses, negociará un justiprecio. Con un poco de suerte, tras unos cinco años de negociación se alcanzará un acuerdo sobre el precio y, finalmente, unos cinco años más tarde, es posible que se pague lo usurpado anteayer… a precio de saldo. Convendrán conmigo en que es muy diferente. Y si bien es cierto que don Evo, desde 2006, no ha pagado ni un euro de todo lo expropiado, no hay razón para pensar que un hombre de palabra, como es el presidente boliviano, no cumpla lo acordado. Palabra de cocalero.

No se preocupen que, después de lo de la demagoga austral y del hombre de la madre tierra y la planta coca, llegará la hora de Ecuador, o de Venezuela, o de Paraguay, o de Nicaragua. La hora de expropiar y confiscar –es decir, de robar- lo que haga falta. A la madre patria, naturalmente, porque con propiedades norteamericanas ya sería harina de otro costal.

No es lo mismo pero hay que decir que sí. Quizás porque España se ha convertido en la víctima propiciatoria de todo el entramado populista hispano, de raíz comunista o progre-capitalista, que bien a ser lo mismo, y porque el Síndrome de Estocolmo tiene algo en común con el síndrome de abstinencia: no tiene límites.

Y a esto se une el cainismo español, bien representado en otros dos progres de salón y chequera: Joaquín Sabina y Juan Manuel Serrat. ¿Qué hubiera pasado si la presidente Fernández hubiese expropiado los derechos de autor -es decir, propiedad privada, lo mismo que las acciones de Repsol- de las discos y los conciertos de Serrat y Sabina?

Por lo demás, en la expropiación de YPF hay algo del papanatismo freudiano de matar al padre, en este caso a la madre patria. Y ya se sabe que Freud –Chesterton dixit- era una mente sucia.

Pero, en esta historia de crisis, sí que se puede acusar de algo al chantajeado, es decir, a España. El imperio español no se mantuvo en pie durante siglos por la fuerza de las armas sino por la fuerza de la moral cristiana. Esto no es sino la anti-historia de Hispanoamérica, a donde España llevó a ella su fe, su lengua y a sus hombres quienes, en lugar de aniquilar a las aborígenes, se casaron con ellas y crearon un mestizaje. Por eso existe la raza hispana y no existe, por ejemplo, la raza anglo-norteamericana.

Y cuando los españoles prohibieron los sacrificios humanos e implantaron el cristianismo, es decir, la religión del amor, en la América hispana, se ganaron el aprecio de la población nativa, que veía en el Rey de España, en la monarquía católica, su referencia moral, el modelo de vida al que imitar. Cuando España, asolada por las maravillosas ideas de la ilustración atea, se descristianizó, dejó de ser el ejemplo a seguir y los criollos comenzaron a verla, no como la madre patria, sino como a una madrastra más bien despreciable, el maestro que traiciona los principios inculcados a sus alumnos.

El ejemplo lo tienen en Argentina. El Zapaterismo reconquistó aquel país y exportó lo mejor de sí: aborto, ideología de género, cristofobia, etc. Y, claro, de lo que se mama se cría: la nueva Argentina ha imitado a España en su degeneración moral y, como parte de esa degeneración, ha decidido que lo único que importa en la vida es el dinero: sea el propio o el de los demás. Es lo que se llama lógica.

Lo peor de todo: el ideal hispano, que no es otro que el de una organización social basada en el principio de que la persona es sagrada, en cuanto hijo redimido por Cristo, se está yendo al garete. Los españoles no quieren saber nada de los hispanoamericanos y éstos lo mismo. Será muy difícil recuperar la confianza y, sobretodo, será muy difícil recuperar la hispanidad. Porque las acciones de YPF no son más que una anécdota mercantil pero la Hispanidad es algo demasiado valioso para jugar con ello.