El concepto "políticamente incorrecto", invento estadounidense, se impuso por su sonoridad. Es eufónico. En Europa siempre se llamó ‘tópico', o ‘lugar común', pero he de reconocer que el sesgo semántico de la expresión gringa es el adecuado, habida cuenta de que la modernidad se caracteriza por el pensamiento único, que no es otra cosa que el espíritu gregario adaptado a la sociedad de la información

Me explicaré: somos gregarios por naturaleza, a nadie le apetece quedar excluido de la atmósfera imperante, del pensar dominante, del sentir generalizado. La disidencia tiene un halo romántico presuntamente atractivo, pero en la realidad todo el mundo huye de ella como de los miasmas. De ahí lo acertado del término "políticamente correcto": nadie quiere ser visto como un bicho raro. Si tu actitud es correcta, serás aceptado por el Grupo. 

Ahora bien, en el siglo XXI la modernidad ha llegado a sus últimos estrados –honestamente, espero que sea el último estrado, antes de que estalle, cual burbuja financiera- a costa del imparable proceso de concentración de las instituciones políticas, económicas y culturales que canalizan la opinión pública. Es decir, los centros que mi admiradísimo Janli Cebrián calificaría como "creadores de opinión pública" (obsérvese que don Juan Luis no se siente canalizador de esa opinión, sino su creador, y, añado yo, manipulador) se han reducido. De resultas, cada vez son menos los que mandan, pero ese menos mandan cada vez más y, aquí radica el problema, imponen el pensamiento único.

¿Qué tiene que ver todo esto con Hispanidad? Todo. Porque para ser aceptado por el grupo, por la generalidad, no conviene creer en verdades absolutas. Lo correcto es, precisamente, el pensamiento débil, que significa no creer en nada con especial entusiasmo. Es decir, la misma necedad de los antiguos ‘snob' británicos: no mostrar jamás ni curiosidad ni asombro por nada, hasta languidecer, hasta cambiar el oro de la vida por la hojalata de la mera supervivencia. Este es el motivo de que la muerte violenta más habitual en la sociedad de hoy sea el suicidio.

Por ejemplo, en el momento presente, el pensamiento –y por tanto el periodismo- políticamente correcto consiste en lo que la vicepresidenta primera del Gobierno, Teresa Fernández de la Vega, definió de esta guisa: "Todas las culturas tienen el mismo valor, lo importante es que se respeten unas a otras". Esto es pensamiento débil en estado puro: todas las culturas tienen el mismo valor, ergo, ninguna vale nada, porque todas son intercambiables. Es como decir que todas las joyas poseen el mismo valor, que el oro y la hojalata deben comprarse por el mismo precio. Es pensamiento débil, es el fin del pensamiento, es lo políticamente correcto.

Pus bien, de esa peligrosa uniformidad provocada por la concentración de poder político, económico y cultural en pocas manos surge el pensamiento único y más bien débil. Si alguien cree que exagero no tiene más que leer los idearios de los medios –ahora multimedia- informativos: se reducen a expresar su respeto a la monarquía y al orden constitucional vigente y, si acaso, a detalles políticamente archicorrectos como la igualdad de la mujer o el desarrollo sostenible. Son idearios perfectamente intercambiables entre El País y El Mundo, por exponer las dos referencias habituales del periodismo de izquierdas y de derechas en España, los dos diarios más leídos, o al menos los más comprados. Simplemente uno cayó en zona nacional y otro en zona republicana, pero constituyen las dos caras de una misma moneda.

¿Cómo segregarse de ese pensamiento único? Pues con el cristianismo, no hay otra forma. Un medio con ideario cristiano sí ofrece contraste, porque el cristianismo sí cree en algo: nada menos cristiano que el esnobismo progresista, sea capitalista o socialdemócrata. Es más: lo único romántico que queda en el mundo es el cristianismo, lo único distinto a lo que se puede aspirar es a volver a la civilización cristiana. Merece la pena.

El cristianismo constituye hoy lo único distinto y lo único vibrante. El mayor insulto que un apasionado de la vida, como era Chesterton, destinaba a sus más odiados enemigos era "bebedores de agua". Inodoros, incoloros, insípidos. La democracia es maravillosa, pero los progres, los que mandan, nos venden una democracia acuosa, que no es extraño provoque escaso entusiasmo entre los jóvenes. Pues bien, Hispanidad niega que todas las culturas sean iguales. Considera, y está dispuesto a probarlo, que el cristianismo tiene las dos cualidades que se necesitan para realizarse en la vida: es cierto y es alegre. Vale la pena luchar por ello, aunque se trate de la lucha entre David y Goliat. Recuerden que David resultó vencedor, y que esos mismos medios políticamente correctos han dejado de hablar de era post-cristiana y han dado un paso atrás: a la Cristofobia. Por algo será.

Y una apostilla: la presión de la concentración de medios en pocas manos llegó a ser tan fuerte a finales del siglo XX –cuando nació Hispanidad, en 1996- que parecíamos vivir a las puertas de la hecatombe del periodismo independientes. Pero de pronto, como una broma de la Providencia, que gusta jugar con los hombres y mofarse de los poderosos, surgió Internet, un instrumento a través el cual hasta un don-nadie, como el abajo-firmante, puede jugar a ser Polanco. Con poco capital se llega a los cinco continentes, se llega a todo el que quiera leerte. Por eso digo que Internet es un paraíso de la libertad, donde anida todo lo mejor y todo lo pero, como siempre ocurre en los mundos libres. Hasta los periodistas cristianos podemos cotejarnos con Janli Cebrián y Pedro José Ramírez. Por eso, tanto el uno con el otro, presuntamente tan diferentes coinciden en su aversión al periodismo independiente difundido en la WWW. Si al menos pudieran controlarlo. Pero no pueden.

Hispanidad.com lleva 12 años de avispa testicular. Esperamos continuar con tan encomiable labor unos cuantos siglos más. 

Eulogio López