Hillary Clinton y Barack Obama son los dos candidatos del Partido Demócrata a las Presidenciales de 2008, lo que significa que, probablemente se conviertan en presidenta-e de los Estados Unidos, que, por extraños caprichos del destino resulta ser la primera potencia del planeta. No olvidemos que el belicismo de Bush, el error de la guerra de Iraq y el desastre consiguiente, están pasando factura a los republicanos.
Históricamente, el Partido Demócrata fue el refugio de los norteamericanos católicos, dado que la aristocracia USA se basaba en el blanco, anglosajón y protestante, el WASP, el ‘wasp' era republicano. Todo cambió con la Presidencia de Bill Clinton, que introdujo a los demócratas en la progresía, y aquellos polvos trajeron estos lodos. Hasta el punto de que muchos cristianos se han visto arrastrados –y es un error- a las posturas de los neocon.
Pero volvamos a los demócratas. La doctrina Bill Clinton consiste en que si no hay principios primeros ni verdades absolutas -esas cosas no son democráticas- la obligación del político consiste en acomodarse a esa sutil línea directriz que son los sentimientos de la mayoría. Los sentimientos, naturalmente, son volubles, por lo que el trabajo de gente como Clinton y Obama se multiplica. En definitiva, la política, no como posibilismo, sino como marketing. Así, la tarea del político no consiste en entusiasmar, sino en no asustar. No cabe duda: esta sociedad resulta electrizante, ¿a que sí? El mundo es hermoso.
Siguiendo esa línea directriz, Obama y Clinton han descubierto que la labor del lobby rosa ha decidido que lo que hace diez años –y treinta, y mil quinientos, y 4.000- era una aberración, es decir, la homosexualidad, ya no es sentida como tal. Ahora los sarasas ya no son unos cochinazos, sino una alternativa del amor clásico, si ustedes me entienden.
Ahora bien, como los hechos son tercos, tanto Hillary como Obama se han quedado a mitad de camino: aceptan la unión gay pero no el homonomio. Es decir, dos más dos no son seis, pero tanto como cuatro… dos más dos son cinco.
Les advierto que en España son muchos los que piensan así, es más, es la postura que defiende el Partido Popular, primer grupo de la oposición y, se supone, aquel que representa al voto católico. Como la chifladura aún no se ha implantado en Estados Unidos tanto como en Europa, resulta que el presunto partido progre norteamericano, el Partido Demócrata, se identifica con la derecha española, no con la izquierda de ZP, que enarbola el gaymonio y la adopción gay como un derecho fundamental de la persona.
Pero habrá que repetir que no. Habrá que repetir que lo malo no es el matrimonio homosexual sino la homosexualidad en sí misma. Como tributo al tópico, habrá que aclarar que estar contra la homosexualidad no significa estar contra el homosexual, de la misma manera que luchar contra la pobreza no supone luchar contra el pobre o que combatir el sida no significa combatir a los sidosos, sino todo lo contrario.
Al homosexual hay que ayudarle a salir de su infierno, hay que ayudarle a volver a la heterosexualidad, donde pueda realizarse como persona, de la misma forma que a la prostituta hay que ayudarle a salir del infierno de la prostitución, que es infierno y degradación con proxeneta o sin él.
Con su exquisita posición, Obama y Hillary me han demostrado lo que son: dos cantamañanas esclavos del marketing político, dos marionetas que bailan según el ritmo que creen imperante en cada momento, es decir, según lo políticamente correcto. ¿Recuerdan la mañana del 11-S de 2001? George Bush hizo el ridículo cuando aceptó que sus servicios secretos le escondieran durante unas interminables horas en un búnker. Es decir, en lugar de adoptar la actitud del líder que dirige al país en las dificultades, se escondió, como si se tratara de un jarrón chino que pudiera estropearse si se sometía a cualquier tipo de riesgo. Desde aquella mañana su figura no se ha recuperado, y encima se ensució aún más con la injusta guerra de Iraq, a pesar de las advertencias de Juan Pablo II, un personaje que, sin necesidad de costosísimos servicios de inteligencia, vio más claro que Bush que se habría la puerta al desastre.
Pues bien, Clinton y Obama son más de lo mismo: dos marionetas en manos del Sistema, del consenso, de lo políticamente correcto, no de las razones del pueblo sino de los instintos de la mayoría, interpretados, peor que mejor, por los ‘lobbies', principalmente mediáticos que ellos mismos miman y alimentan cuando llegan al poder.
Eulogio López