Ha establecido una especie de distinción en esta chorrada del arrepentimiento. Ojo al dato: "Como mujer, no me arrepiento de nada". El prefacio resulta muy ilustrativo. Es en su calidad de mujer donde Hillary no se arrepiente de nada. Nos quedamos con la duda de saber si, como hombre, incluso como persona, sí que se arrepiente de algo, aunque no tengamos claro de qué cosa.

Hillary Rodham Clinton (en la imagen) no se arrepiente de nada y en este mundo que algunos califican de convulso, créanme que a mí sólo me preocupa una cosa: me preocupa que haya gente que "no se arrepiente de nada". Más que nada porque si el justo peca siete veces, es decir, innúmeras veces por día, no les cuento de lo que tenemos de la media diaria de arrepentimientos que los no justos deberíamos plantarnos. A lo mejor setenta veces siete. El sentido de culpa no esclaviza, libera.

El sentido de culpa no eslaviza, libera
Me preocupa especialmente quien, como mujer, como hombre o como mediopensionista, no se arrepiente de nada acabe en la Presidencia de los Estados Unidos. Especialmente doña Hillary, que ha hecho del feminismo su religión. En plata, que se ha convertido en una abortera de mucho cuidado. Tiemblo pensando que pueda tener en sus manos el poder militar norteamericano y, sobre todo, el poder cultural estadounidense.

Y aún me preocupa más cualquiera -o cualquier- que no se arrepiente de nada. Quien no se arrepiente de nada es que piensa que todo lo hace bien, por lo que está predestinado al infierno en este mundo y en el otro. Insisto: la negación de la compunción no constituye una liberación sino todo lo contrario: es esclavizarse a los propios caprichos. Es no vivir como se piensa para acabar pensando como se vive. Es decir, dejar de ser libre para convertirse en prisionero de los propios, caprichosos y frustrantes caprichos.

¡Pero cómo farda eso de no arrepentirse de nada! Un tópico progre como una casa, que ahora frecuenta la señora Rodham. 

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com