No me gustan las pintadas o grafiti: por una que dice algo me topo con cientos que solo dicen chorradas o reproducen el alias del autor, un adolescente cantamañanas encantado de dejar sus huellas y multiplicar el trabajo de los encargados de la limpieza municipal o de los propietarios de los comercios.
Pero, de vez en cuando, te encuentras con alguna maravilla. Ésta me la topé en Zamora, en la histórica Rúa de los Francos, frente a la sede La Opinión de Zamora. Representaba al crucificado, con la expresión que me sirve de ´titulo: ¿Habré muerto sólo para salvar al turismo?.
Y es que la Rúa de los Francos lleva hasta la bella catedral de Zamora y está jalonada, además, por bellas iglesias, sencillas y románicas algunas, otras con la soberbia del gótico. En casi ninguna hay culto, y en aquellas que las hay, el culto se reduce a los espacios y lapsos estrictamente necesarios para su celebración. Es difícil rezar en nuestra iglesias si se ponen al servicio de los porque no parecen dispuestas para el penitente sino para el turista.
En verano, el culto aún se reduce más. Tengo la sospecha de que, para algunos clérigos, el éxito de la liturgia consiste en el número de asistentes. De hecho, cuando algunos sacerdotes piden a los fieles que se pongan muy juntos comienzo a considerar que el lugar más pío de España es el metro de Madrid, conocido como el zoo porque huele a tigre y se agarran como monos.
Y así, por la presión del turismo y por la confusión entre Iglesia y mundo, entre éxito de público y santidad, cada vez se reducen más el número de eucaristías, la exposición del Santísimo y, no digamos nada, los confesionarios abiertos. Es difícil rezar en algunas iglesias donde hasta loa horarios de apertura dependen de la afluencia de turistas.
Y la peligrosa moda ha cundido, no ya en aquellos templos catedrales. Monasterios claustrales, etc-, en los que el turismo puede utilizarse como excusa, sino en todas. La jornada laboral de los curas parece reducirse vertiginosamente. Ejemplo: he vuelto a la iglesia donde me bauticé e hice mi primera comunión: la Sagrada Familia, en el barrio de Ventanielles, en Oviedo. Allí no hay turista, se lo puedo asegurar. Su encanto arquitectónico resulta escaso.
Era domingo y estaba cerrada, naturalmente. A diario también lo está la mayor parte del tiempo. De hecho, hay una sola celebración diaria, a las 19,30 y las puertas se cierran al terminar la misma. Naturalmente, toda la mañana permanece cerrada a cal y canto. En un cartel pude informarme de que el despacho parroquial abría de 18,00 a 19,00 horas, lo que significa que se presta más atención a la burocracia parroquial que a la eucaristía: el doble de tiempo.
Oiga lo difícil que debe ser a los residentes en Ventanielles a visitar al Santísimo y no digamos nada recibir los sacramentos. Y por cierto, ¿quién fue antes el huevo o la gallina? ¿Los párrocos cierran las iglesias porque la gente no acude o la gente no acude porque los párrocos cierran las iglesias? Yo creo que por lo segundo. Siempre que el Santísimo, especialmente sí está expuesto en la custodia- es visible y adorable, se corre el riesgo de que alguien entre a hablarle y a adorarle.
Pero lo que está claro es ni Cristo ha muerto para aumentar los ingresos por turismo ni es posible arrodillarse en la calle. Bueno, al menos resulta muy incómodo.
Señores párrocos: abran las puertas de los templos de par en par y multipliquen los sacramentos. Podrían llevarse agradables sorpresas.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com